El caso Hartung, de Soren Sveistrup (1968), parece ser la gran revelación de la narrativa negra nórdica, aunque el autor danés ya tenía una amplia trayectoria como autor de guiones televisivos con tramas escalofriantes —
The killing es el más famoso—, adaptador de textos de colegas —
El muñeco de nieve, de Nesbo— o profesor de literatura escandinava en universidades europeas donde el invierno es perenne. Así, Sveistrup se suma a los autores y autoras que han revolucionado la novela de misterio —Larsson, Indridasson, Mankell—, con episodios complejos, laberínticos, absorbentes que, en primer lugar, dejan a sus países muy mal parados; en segundo, ponen en jaque al Estado de Bienestar, y en tercer lugar exigen al lector un nivel de concentración poco común en este tipo de ficciones.
El caso Hartung es una intriga vasta, muy ambiciosa, variada, repleta de sorpresas, que nunca afloja el ritmo y que proporciona entretención de calidad desde el principio hasta el fin del libro. La acción, enfocada fundamentalmente en la actualidad, con la omnipresente tecnología digital, se remonta a los pasados 50 años, cuando la gente escribía a mano o recurría a las nostálgicas máquinas con rodillo y papel de calco. Si bien el tema de fondo es el asesinato en serie, en concreto la persecución de una persona que ha cometido atroces crímenes en contra de mujeres y niños a lo largo de décadas, Sveistrup lleva a cabo una radiografía profunda e implacable de su nación, de modo que nadie o casi nadie queda exento de culpabilidad y, hacia el final, cuando recibimos un sobresalto que nos deja con la boca abierta, nos damos cuenta de que han sido necesarias más de 500 páginas para comprender, al menos en parte, qué es lo que hay detrás de esta truculenta historia.
La joven inspectora Naia Thulin es la encargada de la investigación. Aun cuando se ve insignificante, es menuda, poco aficionada a hablar y reticente en grado sumo con respecto a su vida privada, resulta brillante en su desempeño. Le acompaña Mark Hess, un detective problemático, bastante alcohólico, opaco, heterodoxo en grado sumo en los procedimientos que emplea, tan descontento que ha sido recientemente expulsado de la sede central de la policía internacional, en La Haya. Ambos conforman una pareja tan dispareja que bordea lo inverosímil: ella es joven, proviene de una familia más o menos normal y posee múltiples intereses que nada tienen en común con sus labores indagatorias. En cambio, él es maduro, escéptico, introspectivo y le cae mal a todo el mundo. Sin embargo, poseen algo en común: los dos desean salir cuanto antes del departamento de homicidios y escapar del asfixiante y corrupto ambiente que permea a la burocracia judicial y política en Copenhague.
El caso Hartung comienza con el descubrimiento de una joven horriblemente descuartizada, que es la continuación de una serie de atrocidades perpetradas por alguien que odia a Rosa Hartung, la ministra de Asuntos Sociales del gobierno progresista. Su hija, Kristine, ha desaparecido un año antes y se la presume muerta. Un psicópata confesó el secuestro y ha sido condenado. Con todo, hay demasiados cabos sueltos y ni Thulin ni Hess se creen el cuento del loco que, sin ser presionado en lo más mínimo, se declara responsable de la horrenda fechoría.
Entonces entran a tallar políticos, líderes, periodistas, jefes de gabinete, dirigentes de instituciones, funcionarios públicos mayores y menores, advenedizos, tipos decentes o deshonestos, profesionales de los más diversos oficios. Y, como en toda narración policíaca que hoy se respete, tenemos sospechosos por doquier, magnates con secretos inconfesables, funcionarios de alto rango con personalidades oscuras y, especialmente, gente del hampa, conformada por individuos que nada tienen que perder, pues viven en la miseria o, cuando mucho, trafican droga, se prostituyen y están dispuestos a venderse por unos cuantos euros. Todos ellos y ellas conforman una madeja inextricable, impenetrable, en ocasiones incomprensible.
El caso Hartung deja muchas cosas en el aire y es inevitable que sea así. Sveistrup, por cierto, es consciente de ello, pues, si nos detenemos a pensar en la cantidad de situaciones sin resolver, no terminamos nunca. No obstante, quizá el significado final de este trepidante, dilatado, superior
thriller se encuentre en la frase de un personaje secundario de
Hamlet, de Shakespeare: “Algo huele a podrido en el reino de Dinamarca”.