Vivimos días de locos. Pero lo más desquiciado de la semana fue la idea de un grupo de parlamentarios opositores de impulsar la destitución del Presidente de la República por la vía de buscar su inhabilidad física o mental.
Temí por la democracia. Pero no porque fuese a caer el mandatario, sino por el nivel de chifladura al que están llegando nuestros políticos.
El mundo enfrenta ahora mismo una catástrofe de salud pública que dejará una cicatriz en los libros de historia y algunos de nuestras autoridades andan jugando al psiquiatra trucho para sacar al Presidente por secretaría.
¡Los tipos que tienen 3% de apoyo en las encuestas quieren tumbar al que tiene 6%! Y en medio de una crisis planetaria por el coronavirus.
Tráganos tierra.
Este episodio no es más que una nueva constatación de que hay varios parlamentarios que sufren de problemas mentales. Aunque no estoy seguro de que sufran… Yo en verdad veo que más que sufrir, se divierten con sus locuras. Basta darse una vuelta por el hemiciclo cualquier día para comprobarlo.
Los he visto con mis propios ojos. Entre ellos hay bipolares, obsesos, depresivos, maniáticos, compulsivos.
Hay algunos que alucinan: como los que esparcieron la ocurrencia de que el gobierno de Piñera inventó y/o magnificó el coronavirus para extinguir el movimiento de protesta.
Hay otros obsesivo-compulsivos: es cosa de ver cuántas acusaciones constitucionales han intentado, una y otra vez, pese a no tener éxito.
He visto muchos con inseguridad patológica: no hacen nada sin que primero les dé el visto bueno el Frente Amplio.
Otros tienen personalidad múltiple: un día firman un acuerdo por la paz y al día siguiente alientan a los violentos de la “primera línea”; un día son demócratas y apoyan resolver vía plebiscito la crisis y al día siguiente quieren derrocar al Gobierno usando cualquier subterfugio.
Para qué hablar de los paranoicos, que creen que todo lo que hace el Gobierno es para causar daño, entonces ni siquiera dan los votos para que les suban las jubilaciones a personas que necesitan la plata ahora y no en mayo.
Tampoco faltan los depresivos, que creen que no alcanzarán los dos tercios de los votos en el plebiscito ni en la elección de los convencionales, y por eso prefieren boicotear el itinerario acordado el 15 de noviembre.
Y los peores son los psicóticos, que justifican las barbaridades que hacen porque dicen que escuchan voces de personas que les dicen que hagan lo que hacen. Pero a esas personas nadie las ha visto decir lo que ellos dicen que dijeron.
Un amigo mío que tenía una entrevista de trabajo recibió un consejo impreciso de un pariente psicólogo. Le dijo que era bueno ver algunas cosas cuando le aplicaran el test de Rorschach. Y mi amigo, nervioso, se tupió en la entrevista y en todas las láminas con las manchas de tinta vio obeliscos, báculos y objetos puntudos. Quedó eliminado del proceso por pervertido.
Me daría miedo que a muchos de nuestros políticos les aplicaran el test de Rorschach, que permite revelar hasta las ideas más profundas de nuestra mente: creo que verían solo abusadores y abusados, oprimidos y opresores, víctimas y villanos.