La rebelión no posee ni dirigentes ni metas concretas; pero existe y enturbia al país. Esto pone de relieve la responsabilidad de la clase política actual. Y, ¿qué puede hacer la centroderecha? Esta ha tenido que encarar los hechos: la caída del Gobierno arrastraría consigo a todos los demás. Tras el acuerdo del 15 de noviembre se suponía que la mayoría de la derecha se jugaría por el Apruebo. Sabemos lo que sucedió: gran parte de la oposición intentó subirse al espíritu de la rebelión con una descarga de acusaciones constitucionales que le arrojaban leña a la hoguera, debilitándose el compromiso inicial de la centroderecha con el espíritu del Acuerdo. Se rebelaron las bases y los dirigentes no podían ser sordos al clamor ante el afán de borrar al país entero, su historia y su faz, aunque generaciones más jóvenes y una parte de su votación se inclinen por el Apruebo. Hay que tener la cabeza fría ante la posibilidad de que el Rechazo experimente una derrota estruendosa, a pesar de que está archiprobado que las constituciones, más que tabla de salvación, constituyen una plaga en la historia latinoamericana. La energía del momento fluye hacia el cambio.
Mas, los dados ya fueron arrojados. De ahí que el objetivo mínimo sea alcanzar el tercio de los votos. Desde 1/3 podría añadir esa pequeña parte del voto tradicional de centroderecha que se inclinó por el Apruebo; se le suma aquella parte imponderable, en ocasiones vasta —como en 2017, cuando se inclinó por Piñera—, que se encuentra entre estupefacta, también huérfana de lado y lado. Para ello en ese Rechazo + Apruebo se debe concordar en un mensaje común acerca de una renovación constitucional e idea de país. Ya sea en el improbable caso de triunfo del Rechazo, o en el de una mayoría quizás abrumadora por el Apruebo, no hay posibilidad de incidir en el futuro político sin crear un polo de poder, autoconsciente y seguro de sí mismo; desde allí se negociará con la oposición razonable para concordar las líneas gruesas (y algunas finas, otras sutiles) de una nueva Carta. Lo mismo si llegase a triunfar el Rechazo, igualmente se debería abrir negociaciones con la oposición para un nuevo acuerdo, algo así como una convención constituyente con algunos límites, añadiendo un plebiscito ratificatorio (lo que faltó en 2005).
Lo que a la centroderecha no le puede suceder es lo de la triste noche del 4 de septiembre de 1970, cuando su candidato se fue a la cama sin decirle nada a su gente por varios días: quedó paralizada, su estrategia hecha añicos, la voluntad anulada.
Aun con una derrota apabulladora, se probará esta vez el metal del que fueron construidas las dirigencias, y la fortaleza y capacidad de renovar el orden político del país, y que no se repita 1970. Lo que es derecha e izquierda se ha desvanecido un tanto, aunque no desaparecerá del todo. De los escombros del paisaje, incluso uno oscuro como podrá resultar, emergerán nuevos lideratos, si bien jamás existe (ni debe existir) un cambio completo de clase política. Tras la guerra, Alemania Federal fue dirigida por sus primeros 14 años por un político antes estimado ruina del pasado, Konrad Adenauer (n. 1876).
Para ello existe un plazo de dos años, con la posibilidad de que los estados de ánimo se apacigüen y amaine la ebriedad por buscar los remedios universales en una nueva Carta. Esta vendrá de todas maneras, pero debe existir una hoja de ruta, ojalá cimentada en un equilibrio de poder. Hay que considerar este período hasta fines de 2021 como un continuum, en que los estados de ánimo se irán metamorfoseando. Existe, eso sí, un presupuesto: que el Gobierno no desmaye y mantenga un norte.