En mi columna anterior me referí al shock del coronavirus y sus efectos potenciales en la economía mundial y nacional. Con la información de ese momento, sostuve que este
shock iba a tener consecuencias importantes en el crecimiento de China, mundial y de Chile, principalmente en el primer semestre de este año. La reducción en el crecimiento mundial para este año se calculaba en dos décimas menos que lo estimado a fines del año pasado.
Este
shock encontró a la economía chilena sufriendo los efectos de su propio
shock, asociado al estallido social y a la violencia que se desató a partir del 18 de octubre pasado y los eventos que le siguieron, incluyendo la continuación de la violencia y el acuerdo de llevar adelante un proceso constitucional. Estos eventos habían incrementado la incertidumbre interna y deteriorado las expectativas, con efectos en la inversión y el crecimiento.
Dado lo anterior, concluí que era urgente que el sistema político avanzara en la agenda social que tanto preocupa a las clases medias y que el Gobierno, junto con el sistema político y el Poder Judicial, reforzara los esfuerzos para controlar la violencia y así poder comenzar a reducir la incertidumbre interna.
En el último mes ha habido buenas y malas noticias sobre la propagación global del coronavirus y respecto de los efectos y las soluciones de nuestros problemas internos. En la propagación del virus, la buena noticia es que las medidas draconianas de aislamiento y restricciones a la movilidad interna utilizadas en China para contener el contagio han logrado reducir su velocidad de expansión. Sin embargo, estas medidas están teniendo efectos más pronunciados de lo anticipado en la actividad económica y el consumo de China, en las empresas globales cuyas cadenas de abastecimientos tienen una gran dependencia de China, en los precios de las materias primas donde China es un importante consumidor a nivel mundial y en la actividad manufacturera y el comercio global.
Estos efectos emanan de las medidas obligatorias y voluntarias para contenerlo en China y en el resto del mundo (cuarentenas, restricciones y cancelaciones de viajes y conferencias, y un menor uso de lugares públicos),
shock de oferta (menor nivel de operación y/o cierre de fábricas, menor acceso a servicios y disrupción de las cadenas de abastecimiento),
shock de demanda (caída en la confianza de los consumidores y de los empresarios, caída del número de viajes de negocios y de turismo, menor demanda por servicios de educación, de entretenimiento y de hoteles y restaurantes). Está por verse también si la velocidad de contagio sigue baja una vez que los trabajadores regresen a sus puestos de trabajo para comenzar a normalizar la producción.
Como resultado, las estimaciones sobre el efecto negativo del coronavirus en el crecimiento de China y mundial del año 2020 se han estado revisando al alza. Así, ahora se estima que el crecimiento de este año de China se reduciría en más de un punto porcentual con respecto a lo estimado en noviembre pasado, a niveles del 4,6% al 4,8%, donde el mayor impacto estaría concentrado en el primer semestre. Con respecto a su impacto global, la OCDE, en su informe del lunes pasado, estima que el crecimiento mundial de este año, en paridad de poder de compra, se reduciría en medio punto porcentual con respecto a lo que habían estimado en noviembre pasado, alcanzando solo un 2,4% en el escenario más probable.
En la misma dirección, el FMI anunció este miércoles que su proyección de crecimiento mundial de enero pasado, que era de un 3,3%, se reduciría a una cifra por debajo del 2,8%. Este efecto en el crecimiento global sería mucho mayor que el de la epidemia del SARS del año 2003, dado que China tiene ahora una participación mucho mayor a nivel global —en torno a tres veces la de entonces— en el PIB, el comercio, la inversión extranjera directa y el turismo, y que China es ahora mucho más vulnerable.
Un crecimiento mundial en torno a 2,5% sería la tasa más baja desde la Gran Crisis Financiera. Una mala noticia es que, en el último mes, el coronavirus se ha expandido al resto del mundo, con una presencia creciente en Italia, Corea del Sur, Irán y Japón, y la aparición de nuevos casos alrededor del mundo, alcanzando hoy a más de 85 países. Dicha expansión es preocupante por la extensión e intensidad que puede terminar teniendo este virus. De hecho, el mismo informe de la OCDE al que me he referido estima que en el escenario alternativo, de que la epidemia se extienda con más fuerza a la región de Asia Pacífico y al hemisferio occidental, el PIB mundial del año 2020 sería un punto y medio porcentual menor que el proyectado en noviembre de 2019, pasando de un crecimiento del 2,9% a uno del 1,4%.
Para mitigar la extensión del contagio y los efectos anticipados en la actividad, los países han estado actualizando sus protocolos y reforzando sus redes de salud (equipamiento y capacitación), e implementando o considerando medidas de estímulo y de alivio de restricciones financieras de empresas y personas. Es así como esta semana el Banco de la Reserva de Australia, la FED, el Banco de Canadá y el Banco Central de Indonesia redujeron sus tasas de interés, y otros bancos centrales y autoridades fiscales han introducido (China, Corea del Sur e Indonesia) o anunciado que están estudiando medidas monetarias, fiscales y crediticias de mitigación.
En el progreso de la situación chilena, una buena noticia es que la economía ha sido más resiliente que lo estimado a los embates del estallido social y de violencia. En particular, tanto en diciembre como en enero, la actividad económica creció más de lo proyectado y la tasa de desempleo subió menos de lo proyectado en los trimestres móviles terminados en diciembre y en enero, aunque a costa de un gran incremento de los empleos informales en desmedro de los formales.
Sin embargo, la mala noticia es que poco se ha avanzado en satisfacer las demandas prioritarias de las clases medias en pensiones, salud, educación y delincuencia. Al mismo tiempo que tampoco se ha podido controlar la violencia y restablecer el respeto al Estado de Derecho, manteniendo una alta incertidumbre, lo que sigue afectando a la inversión y a las perspectivas de crecimiento. A esto se agrega el impacto de la expansión del coronavirus, especialmente en el menor crecimiento proyectado para China, dado que es nuestro principal mercado de exportación y que este país solamente es responsable por más del 50% de la demanda mundial de cobre. Por lo anterior, ahora es incluso más urgente que el sistema político se enfoque en negociar acuerdos para aprobar reformas prioritarias que atiendan las demandas de las clases medias, en el control de la violencia y en la preparación del plebiscito de abril, para así comenzar a despejar la incertidumbre interna que está afectando la inversión y el crecimiento.
Una noticia positiva es el llamado del Presidente y la carta de más de 200 líderes de centroizquierda que ocuparon posiciones importantes en los gobiernos de la Concertación, por un acuerdo que incluye tres componentes: (1) un pacto social contundente y fiscalmente sostenible; (2) acciones encaminadas a controlar el orden público, y (3) medidas para apuntalar la recuperación y el crecimiento. Lo que cabe ahora es que los poderes Ejecutivo y Legislativo recojan el guante y se aboquen a un diálogo fructífero y a una negociación constructiva para avanzar en estas iniciativas.