Volví de vacaciones justo el día que debutó el programa de televisión “Bailando por un sueño”. Fue una epifanía. Me permitió entender la crisis. Por fin.
“Estamos todos en Chile bailando por un sueño”, pensé. E imaginé a mis compatriotas.
Algunos sienten que han tenido que bailar durante años “El baile de los que sobran”. Este grupo se ha sentido marginado del sistema político-económico, paradojalmente, el mismo que le ha permitido a Chile dejar de ser un país muy pobre para convertirse en un país de clase media.
Otros se han sentido “bailados” por mucho tiempo. Que a uno “se-lo-bailen” es como decir que a uno le “embolinen la perdiz”. Traduzco, para comprensión de las nuevas generaciones: quienes se han sentido “bailados”, básicamente se han sentido engañados, trampeados, abusados.
El sueño de todas esas personas que genuinamente se sienten angustiadas, disgustadas o frustradas es que las cosas cambien. Y de seguro su sueño es que la opción “Apruebo” gane en el plebiscito del 26 de abril. Su sueño es que si se escribe una nueva Constitución, llegarán de verdad los tiempos mejores. Eso tiene una lógica.
De hecho, yo estoy convencido de que todos debiésemos vivir la vida “bailando por un sueño”.
Hay otros que no creen en la acusación de que durante los últimos 30 años estuvo todo mal. Por el contrario, estiman que entre todos hicimos las cosas relativamente bien, solo que se pudieron hacer mejor, y que para corregir los errores y las omisiones no es necesario demolerlo todo, sino partir desde donde estamos.
Muchos de ellos optarán por la opción “Rechazo” en el plebiscito. Y aunque pierdan, están dispuestos a participar de buena fe en la convención constituyente para tratar de hacer la mejor nueva Constitución posible. Porque también sueñan con un Chile mejor.
Lo malo es que en paralelo a todos esos sueños ocurre otro baile: un “baile de máscaras”.
Sin reconocerlo, un grupo de personas intenta impedir que este itinerario diseñado el 15 de noviembre en el “Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución” funcione. Ellos no quieren que se redacten nuevas leyes que configuren un nuevo pacto social. Lo que quieren es que se imponga cuanto antes la única ley que les gusta: la “ley de la calle”.
“La ley de la calle” consiste en que en el país se hace lo que la calle quiere. Y si no se hace a su pinta, la calle prende fuego, saquea y apedrea.
El Festival de Viña, por ejemplo, se desarrolló bajo la atenta mirada de “la calle”, que incendió varios autos y vandalizó el simbólico Hotel O'Higgins como “advertencia”. De otro modo no se explica que Kramer (a quien sigo considerando el mejor imitador) haya realizado un homenaje a la “primera línea”, pese a ser agredido por ella misma cuando iba camino a la Quinta Vergara.
Así también me explico que hayan liberado a 43 de los 44 miembros de la “primera línea” al día siguiente de caer detenidos poniendo barricadas.
Es que el verdadero baile que ocurre en Chile hoy es otro: es “el que baila pasa”. Artistas, fiscales, políticos, periodistas, pymes, transeúntes, automovilistas, electores... todos estamos bailando, pero no por un sueño, sino por temor a las represalias de no cumplir “la ley de la calle”.