“Mi vieja lloró de felicidad ese día. Yo también lloré de felicidad. Lo recuerdo ahora sosteniendo la escoba en ‘Roberta's'. Fue un día dichoso aquel. Encerrados en la pieza, con mi madre hablamos de los momentos felices. Los más felices que habíamos tenido en nuestras vidas. Y mi vieja me contó que cuando supo que estaba embarazada, hace 16 años, su vida se le iluminó y fue una bendición del Cielo. Ese día María Teresa, chilena de 43 años y vendedora de la tienda ‘Ville de Nice', en Santiago centro, sintió dicha pero también ansiedad y una porción de miedo. Estaba soltera y el padre de la criatura creciendo en su vientre era un peruano de 26 años, estudiante limeño que llegó a Chile en busca del sueño latinoamericano de la Unidad Popular de Salvador Allende”.
La cita anterior proviene de
Casa propia, segunda novela de Ernesto Garratt (1972) y en parte es continuación de
Allegados, su premiada incursión inicial en el género novelístico. Lo es porque el protagonista narrador es el mismo, o sea, Garratt, porque muchos personajes se repiten y por muchas otras razones relacionadas con el estilo desenfadado, el uso de giros actuales, la inclusión de puntos de vista divergentes, en fin, la utilización de recursos parecidos a los que hallamos en su narración inaugural. Es posible que lo mejor de
Casa propia se encuentre en estos pasajes, que describen las pellejerías, los infortunios, las alegrías o los arrebatos del sempiterno adolescente que protagoniza las historias de Garratt. De hecho, el párrafo que transcribimos corresponde al momento en que, al fin, el héroe y su madre obtienen una habitación subsidiada, minúscula, periférica, pobre, si bien les permite un nivel de intimidad y, sobre todo, no tener que pedir permiso para prender la luz, ir al wáter, abrir las llaves, en suma, depender de otros, por lo general gente muy desagradable y tacaña, para hacer cualquier cosa que quieran. Y Garratt, con exaltación, llama a esta fase “el fin del allegamiento”.
Sin embargo,
Casa propia muestra un aspecto quizá desafortunado en la evolución de nuestro prosista. Y se trata de un rasgo difícil de definir, que podríamos llamar ciencia ficción, episodios fantásticos o simplemente, escapismo. En primer lugar, leemos en cursivas, las delirantes aventuras del vampiro Mihai y su amante Mina, con agresivas ilustraciones que, con seguridad, representan una de las tantas caras del mismo Ernesto. A continuación, hay viajes astrales, levitaciones, telepatía, telequinesis, futurología, vuelos a velocidades estratosféricas y toda suerte de incidentes quiméricos, que como es obvio, son del agrado de Garratt, por más que puedan resultar confusos. El problema que surge ante el reiterado empleo de tales medios está a la vista: el muchacho que nos va contando
Casa propia puede estar en su domicilio, en el liceo, en la calle o donde sea y de pronto, salta una barrera de cien metros, se desplaza por los aires para encontrarse con alguien, lee las mentes de medio mundo, ejerce poderes sobrenaturales y todo este despliegue de lances, digamos, irreales, tiene lugar a partir de eventos tan domésticos que uno forzosamente queda en ayunas o se pierde en la hibridez del relato.
De esta forma,
Casa propia es una obra que interesa, si bien es menos inteligente y lograda como ficción que
Allegados. La acción transcurre en distintos puntos de Santiago, por lo general los peores sitios de la capital, esos barrios dejados de la mano de Dios donde se agolpan la clase media empobrecida, los comerciantes minoristas, las empleadas domésticas y los grupos sociales que conforman la mayoría de nuestra población, vale decir, los endeudados, los que apenas tienen para comer, los desheredados. Garratt es vitriólico hasta la pataleta cuando describe, en detalle o de modo sumario, a algunos de estos ciudadanos y ciudadanas: arribistas, despiadados, hasta desalmados, desmienten brutalmente la creencia de que nuestro pueblo es solidario.
No obstante, hay bastante humor, junto a cierta liviandad, en
Casa propia. Nos reencontramos con la tía María Piedad y la prima Paty, ángeles guardianes de Teresa y Ernesto; aparece “Ella, la que se hace llamar mi hermana”, hija del mismo varón que engendró a Garratt, y resurge Paula, su amada, la hermosa compañera de curso que ahora está embarazada, sin saber quién la dejó en ese estado. Mientras tanto nuestro amigo está preparando la Prueba de Aptitud Académica, lo que da origen a cáusticas observaciones y, para ser un volumen poco extenso,
Casa propia está repleto de sucesos peculiares.