La actualidad, el momento social y político presente, es de aquellas cosas que más incitan a hablar, desde breves opiniones o reflexiones hasta columnas de opinión e, incluso, libros. Ello es perfectamente razonable y, más todavía, necesario porque en medio de esa proliferación de discursos sobre lo que acaece pudieran aflorar unas pocas ideas que lo iluminan y podrían modificarlo.

La literatura de ficción, por lo general más morosa en su gestación, suele venir retrasada respecto de los acontecimientos y en ese orden se aproxima más a la historia, siempre pensando que aquello realmente importante nunca deja de pasar. En general los escritores son bastante escépticos respecto de la posibilidad de acertar en el sentido que asignemos al momento circundante, cualquiera él sea, en principio, porque tendemos a sobrevalorarlo, ya que la proximidad con los hechos opera como una lupa, confundiéndonos acerca de sus reales dimensiones, del mismo modo que podríamos errar atribuyendo más tamaño a un árbol cercano que a aquel lejano. Esta “mesura” de lo que ocurre (¿cuál es la medida de la grandeza, buena o mala, de lo que está pasando?) es, ante todo, aquello de lo que los escritores precaven una y otra vez: el primer extravío es pensar, acaso vanidosamente o por la pulsión a experimentar algo excepcional, que nos hallamos en el centro de la batalla cuando se trata de una escaramuza intrascendente. Puede ser, aunque nos pese: vivir un acaecer que en su superficie parece arrastrarnos hacia grandes cambios y, a la larga, con la lucidez retrospectiva, la única auténtica lucidez, resulta que nada tuvo esa dimensión grandiosa que le otorgaron sus contemporáneos o lo tuvo aquello que pasaba desapercibido a la vera de la sonajera de la plaza pública.

Hacia 1957 un escritor siciliano, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, escribió una justamente célebre novela en que una serie de personajes se ven obligados a tomar decisiones importantes en sus vidas en un contexto político y social que anunciaba grandes cambios para su comunidad, un contexto —la reunificación italiana— acaecido 100 años antes de la escritura de la novela. La lucidez retrospectiva la proyecta el autor, sobre todo, en el jefe de una noble familia —llamado “el Gatopardo”—, cuyo modelo, su bisabuelo, lo reconoce él mismo, era algo menos inteligente que el personaje. Esa es la gracia de la ficción literaria: dotar al contemporáneo de toda la finura de pensamiento y ponderación en la mesura de los hechos del que examina la batalla cuando esta ha terminado hace varias décadas. La lección es, quizás, para los intelectuales y opinantes comprometidos la inversa: un decir no vociferante, humildad de pensamiento, prudencia en el actuar.