Fui de vacaciones a Chiloé y no pude evitar el cliché de soñar con hacerme con un pedazo de esa tierra para irme ahí a echar raíces. Un anhelo peligrosamente trillado, lo que queda en evidencia con la cantidad de parcelas transformadas en segundas viviendas. Si seguimos con ese apetito fáustico, terminaremos por expulsar a los agricultores; los torpes nortinos reemplazaremos a los inventivos chilotes, aniquilando la autenticidad que tanto elogiamos desde fuera. De igual modo, son maravillosos los nuevos restoranes y hoteles
boutique que han reconvertido los palafitos, pero si la maqueta sigue creciendo terminará por tapar la cultura original. Hay que poner atención a la urbanización –o, mejor dicho, santiaguización– de la isla.
Sé cuánto molesta a los chilotes que los expliquen desde Santiago, pero el archipiélago, además de ser su hogar, es crisol de patrimonio nacional y de la humanidad. Lo que nos fascina a los citadinos es esa condición de isla, que justamente lo ha mantenido a salvo de la modernización que todo lo uniforma. Y eso es, en parte, la desdicha de los chilotes, que requieren perspectivas de crecimiento, empleo y calidad de vida, como toda comunidad. El difícil equilibrio entre protección y desarrollo; entre escala local y escala nacional.
Chiloé es como un ecosistema de valores patrimoniales que conjuga arquitectura, paisaje, prácticas e historias humanas. Un conjunto integral de espacio y cultura que es mucho más que la suma de sus partes y las figuras legales que las protegen de forma aislada. La gentrificación, el consumismo y su producción de basura, las industrias de moluscos y salmones, el
mall, el puente, son todos productos de nuestra cultura urbana. Megaproductos, ejecutados con grandilocuencia y torpeza. Desde la urbe y la mentalidad centralista, debemos hacernos cargo de estos productos, de la forma y escala en que se implementan y de los efectos que producen en este territorio frágil. Desde la isla y la cultura chilota, deben escucharse las voces de las comunidades, claras en su diagnóstico y necesidades. Juntos, debemos pensar este territorio, que es más que un fetiche turístico o un recurso productivo.