Recuerdo la pregunta “¿quién manda en la casa?”, ideal para un asado de amigos con choripán entre los dedos, vaso de vino en los labios y la respuesta: “Yo, pero que ella no lo sepa”.
Así era yo: machista, pero eso fue antes, creo. Y se reían los presentes del chiste tuerto y malo. Eran amigos míos, lo reconozco, gente jurel, carcamales, adefesios, rastrojos.
Hemos sido machistas en lo macro y lo micro. El plural no basta, se precisa singularidad: yo he sido machista. Lo siento. No sé si es tarde para mí, supongo que sí, ahora me corrijo: seguro que sí.
La historia no me absuelve y por eso los sentimientos de culpa y constricción.
Desde ya ruego por el cambio de hábito y la muda de mentalidad, pero elevemos el nivel y desprendámonos de lo teórico que da para todo y sirve de poco.
Los hombres debemos ser rigurosos en la antesala del Día Internacional de la Mujer, así que voy a la práctica y dejo la palabrería fuera, porque la realidad diaria y palpable está lejos del show de las ponencias y los acertijos del análisis. Así que adiós mesas redondas, foros y simposios sobre feminismo o el papel de la mujer en el siglo XXI o el XV o XXIII, porque da lo mismo en la catarata de encuentros y congresos que no son más que géneros menores, fuegos artificiales y nada más que espectáculo. Son los tentempiés y sainetes de los señores académicos, sociólogos, antropólogos, médicos o psicólogos, que en su vida han cargado una lavadora.
Escribo de lo más duro de leer: la vida tal como es.
¿Sabe, el lúcido investigador, dónde están los botones de centrifugado y secado? Y separar el blanco del color y la justa cantidad de detergente, ¿conoce esas cifras? Le hablo a usted, al que reivindica las grandes ideas e ignora las virtudes del Fuzol.
¿Por qué no friega el piso de la cocina con el mismo ahínco y esmero con el que habla de paridad y desigualdad en Chile? Quedaría impecable y brilloso.
Perdone, usted que es Doctor en ciencias sociales y además humanas: ¿ha fregado el fondo de una olla para sacar el arroz impregnado, la quinoa embadurnada o el tallarín apelmazado y pegado?
¿Se ha puesto guantes de goma, ordenado camisas, pasado el plumero, limpiado el sartén o ha lavado los paños de cocina?
No hablemos de cisgénero, mejor de Clorox.
Tampoco de cosificación, sino de sacar la mancha de un calzoncillo.
¿Conoce las bondades del blanqueador y las dimensiones del trapero o escobillón, según la consistencia del piso? ¿Tiene realmente color la cera incolora? ¿Sabe juntar los pares de calcetines?
Usted que habla en siglas, por qué no se anima con Cif, Sanytol, Cloralex, Klox y KH7. Y con Glassex, Ariel, Ace, Norit, Mr. Músculo, Disiclin y Harpic.
¿Ha sacado la suciedad de los azulejos, con la dedicación que se requiere, o alguna vez planchado con la precisión necesaria?
Sépalo, hágase la idea y se lo mete entre las 100 cosas que debe hacer un chileno inteligente antes de morir.
Ni
selfie con Bernie Sanders ni mesa redonda con Slavoj Zizek y tampoco tomar once con Bong Joon-ho, por favor, seamos reales y concretos: limpie el wáter, por dentro y por fuera, y sea un verdadero hombre.