En una columna publicada en esta misma sección, Francisco Covarrubias y Álvaro Fischer vuelven a entregar recomendaciones respecto de lo que la centroderecha debe hacer; en este caso, matricularse en el Apruebo.
Antes nos recetaron estar a favor de la legalización de las drogas, el aborto libre y la eutanasia activa.
Es curioso, en todo caso, que el interés de ambos por el devenir de la centroderecha no se haya visto correspondido jamás por alguna acción práctica en su favor.
¿Por qué, en su opinión, la centroderecha debería votar Apruebo?
Porque en la “mirada larga” sería posible advertir, entre otros fenómenos, que “un alto porcentaje de la población accedió a la educación superior y se ha visto frustrado al no encontrar el instantáneo premio”; que las “recién llegadas capas medias han visto un futuro incierto y vulnerable”, y que la “dinámica social ha conducido a la inserción de Chile en un mundo global y tecnológico”, lo que plantea la necesidad de enfrentar el futuro.
Hasta ahí, una descripción de los claroscuros de la modernidad, en que todos los avances en Chile se han logrado bajo el actual orden constitucional. La paradoja es que, en rigor, se trata de un alegato más bien en favor de la reforma que de la refundación. Sin embargo, sin explicar por qué los autores abrazan el Apruebo.
Luego admiten que la redacción de una hoja en blanco implica “riesgos”. Sin embargo, a partir de la “mirada larga” todos se despejan. Nadie sabe ni nadie explica qué originaría tal milagro.
Lo que sí se sabe es que la oposición ha vuelto a las andadas y, después de un tiempo, insiste en que el sentido de los dos tercios no es exigir un alto consenso para incluir normas en el proceso de redacción de una eventual nueva Constitución, sino que, todo lo contrario, debe interpretarse como un mecanismo para excluir contenidos de la misma. No solo eso, la oposición durante la tramitación legislativa de la reforma constitucional que viabilizó el plebiscito intentó un recurso inaudito: presentó indicaciones para que en el evento de que en el plebiscito “de salida” el texto propuesto fuera rechazado, el resultado fuera que debía reiniciarse el trabajo de la convención. No tuvo éxito, pero evidenció su mala fe.
Finalmente anticipan que el Apruebo ganará por un cómodo margen y se preguntan ¿qué futuro tendrán los que hayan apoyado el Rechazo?
Al margen del evidente propósito de abordar el barco ganador, la pregunta correcta es la opuesta: ¿Qué futuro tiene la centroderecha si es arrasada el 26 de abril? En la hipótesis de que gana el Apruebo, ¿cómo se reagrupa mejor la centroderecha? ¿Con un resultado adverso 80/20 o con un resultado equilibrado 60/40, o mejor aún, 51/49 a favor, como ocurrió en el plebiscito colombiano de 2016? ¿Qué es mejor para el país? ¿Un resultado parejo o uno en que la izquierda va a sentirse autorizada para, como ya han anticipado, terminar con las actuales formulaciones del derecho de propiedad y la libertad de enseñanza y eliminar de la Carta Fundamental, como se ha señalado, instituciones como el Tribunal Constitucional y el Banco Central autónomo?
La mirada miope no advierte ninguno de estos hechos.
Tal mirada también falla cuando los autores recomiendan abandonar el plebiscito y abocarse a la elección de constituyentes. Vuelven a reflejar su desconocimiento de la manera en que funcionan las elecciones y las motivaciones de los candidatos. Nada es más difícil que levantar candidaturas competitivas luego de un resultado adverso.
Y también yerra el que crea que los dirigentes de derecha que hayan festejado el 26 de abril con Girardi, Teillier, Elizalde y compañía van a ser confiables para el electorado del sector.
La “mirada larga” es una propuesta tan bien intencionada como equivocada.
Andrés Allamand