A Mario Salas le gustaba la metáfora del junco (que se dobla pero siempre sigue en pie) para describir su espíritu. Solía mencionarla en la UC, cuando los vientos le corrían en contra, pero se mostraba dispuesto a sacudir al club del estigma de los segundos lugares. Al final, tuvo altos y bajos, pero se fue de pie, sin quebrarse, fiel a su filosofía.
El “Comandante” forjó su estilo —y su apodo— a costa de hacer paralelos entre su ideología y el fútbol, vinculando su quehacer con el espíritu rebelde e indomable del “Che” Guevara, o los mapuches, en su versión más actualizada para cuando asumió en Colo Colo. Salas se dobló y se flexibilizó —como el junco— para acomodar su táctica y su discurso a los materiales que disponía cuando llegó al Cacique, pero fue incapaz de reconocerlo, pensando quizás que el pragmatismo traicionaba su esencia o, sencillamente, que el éxito le permitiría forjar su propia historia.
Su Colo Colo no fue avasallador ni vertical ni protagonista. Fue lo que pudo ser no más, porque se encontró con un plantel experimentado que nunca pudo, o quiso, entender su discurso. Se dio entonces una realidad muchas veces vista anteriormente, en que todo se juzga con el prisma que elijamos. Para algunos Salas chocó con un grupo que no estaba dispuesto a cederle el control del camarín y que terminó por hacerle la cama, jugando con una indolencia y parsimonia que contrastaban con los afanes de su entrenador. Para otros, Salas fue incapaz de aplicar las “habilidades blandas” para conquistar y convencer al grupo, que terminó estrellándose contra la terquedad de su conductor.
Lo concreto es que el proyecto fracasó y se derrumbó a la vista de todo el mundo, incluidos aquellos que negaban la estrepitosa caída escudándose en el segundo lugar del torneo pasado o en la Copa Chile de este año, sin comprender que la maquinaria alba funcionaba entre chirridos, trabada y sin aceitar.
Su salida era inevitable desde que el divorcio fue perceptible, pero igual sorprendió a la directiva, al punto que ni siquiera se había esbozado un plan B. Lo que hemos visto en estos días en un espectáculo público en que varios candidatos se bajan, pese a la majadera insistencia de que la pura insignia sirve para cautivar a cualquiera. Y, como suele ocurrir cuando las expectativas vuelan muy alto, si lo que llega es apenas lo posible se producirá un desencanto mayúsculo, que quizás no alcance ni para motivar en el plano internacional. Queda la sensación de que están dando palos de ciego, sin ton ni son, a lo que caiga.
Como suele ocurrir en Colo Colo, las culpas serán diluidas. No hay culpables por la violencia ni por los fracasos ni por la codicia directiva. En este club no hay sanciones, por más evidentes que sean los pecados. Pueden asaltar la tesorería, hacer malabares en la bolsa, jugar para atrás, suspender los campeonatos y herir a sus propios jugadores, pero nunca será tan grave como para que el peso de la historia caiga encima de los responsables. Colo Colo, al fin y al cabo, es Chile.