Rodrigo Holgado retardó su ingreso a la cancha, se camufló con el vertical e hizo lo que antes había intentado, quedar a espaldas de la jugada y aparecer como rayo, cuando el arquero la botara al piso; y antes del rechazo, entonces, tendió la emboscada y así consiguió el empate de Audax Italiano con Palestino, un tanto anulado por el severo Christian Rojas. E incluso se llevó una tarjeta amarilla de castigo.
Así que el árbitro borró la jugada más inusual e inolvidable de ese encuentro.
Los jugadores tejen ardides, lanzan penales y mandan al arquero a un lado y la embocan en el otro. O en un esquive, mueven el cuerpo y confunden con las piernas para que el defensa pierda cálculo y marca. Y también a hurtadillas rodean las espaldas del arquero, que por eso miran y vuelven a mirar, antes de desprenderse de la pelota, porque saben que no deben descuidarse, porque el fútbol es con treta, truco, ingenio y listeza.
¿Qué es la chispeza? Tan elogiada, durante un tiempo.
¿Qué son esos pases del Mago Valdivia, cuando gira el cuerpo en el sentido contrario a donde envía la pelota?
Y el engaño se lleva al límite de lo legal, eso es cierto y es como todo, cuando en los minutos finales se exagera y ralentiza el saque, el dolor y el pase.
No fue Rojas, sino el VAR, ese ojo inhumano, el que chilló y arruinó el mejor recuerdo de ese partido, porque lo que casi nunca caza el delantero furtivo, esa única vez, le resultó.
Los santones del VAR, esos monjes oscuros que habitan una fortaleza tecnológica, recomendaron castigo moral y por eso la amarilla.
En ese mismo partido, el joven Renato Tarifeño, delantero de Palestino, recibió el pelotazo de un rival, se encogió y apretó los brazos y cuerpo, para amortiguar un golpe inesperado. Estaba a unos 40 metros del arco de Audax, se pasó a uno, siguió, dejó destartalado al segundo, y ahora frente al arquero nada de cerrar los ojos y darle con un fierro, sino con ojos bien abiertos y el borde interno, la colocó con elegancia en la malla de Audax Italiano.
Ese gran gol, sin embargo, también fue anulado por el VAR, porque ese pelotazo inesperado, en el comienzo de su gran jugada, le habría pegado en el brazo encogido. Nadie se dio cuenta, por una razón evidente: lo que importa vino después y fue un gol magnífico. Lo que vino antes no fue más que un rebote y el VAR se enfoca en el rebote y no en lo que importa: el fútbol.
A ese ojo inhumano, los árbitros en cancha le deben poner comprensión a un juego que se forma con talento y barro y con diamantes y camotes.
Sin esa mirada de humanidad, el VAR convierte al fútbol en un castillo de la pureza.
Solo mira la letra de la ley, con esos renglones robóticos, fisgones, aburridos y burocráticos que se convierten en injustos.
Injustos con los partidos, los espectadores y el espíritu del fútbol.