Los próximos días y semanas serán decisivos para la carrera presidencial norteamericana que concluye el 3 de noviembre, el definitivo Supermartes.
En lo inmediato, el martes próximo se celebran las primarias demócratas en 14 estados, que incluyen a California y Texas. Se elige el 25% de los delegados a la Convención demócrata.
Las encuestas y la mayoría de los expertos electorales anticipan que el senador socialista Bernie Sanders sería entonces nominado para intentar derrotar al Presidente Donald Trump. Con todo, hay quienes esperan un futuro cambio de tendencia hacia la moderación demócrata y, en menor medida, un rebote mañana en favor de Joe Biden por su probable triunfo en Carolina del Sur.
Durante la campaña se han profundizado las debilidades de Bernie Sanders, mayormente surgidas de su agenda de extrema izquierda, que podría imponer desde la presidencia, a pesar de la resistencia de sectores importantes de su partido. Rechazos provocan su ideologismo y virulentos ataques a la libre empresa, incluso su oposición a la propiedad privada en determinados servicios. Le pesa su promesa de elevar desmesuradamente los impuestos, algunos extensivos a la clase media. Se le critican su ineficacia como senador, sus propuestas en favor de un casi ilimitado aumento del gasto público, sin fuentes sostenibles de financiamiento; sobre descontrol migratorio, y por la inviabilidad y costos inabordables de sus planes para gratuidad en la educación y salud.
Controversia provoca su política exterior respecto de Israel; reconocimiento de algunas demandas de Palestina, inaceptables para la comunidad judía norteamericana; declaraciones de apoyo en favor de los regímenes autoritarios de Cuba y Nicaragua, y desconocimiento de Juan Guaidó como Presidente encargado de Venezuela.
Más importante es el temor que ha surgido por la radicalizada plataforma de Sanders, posible de provocar la pérdida a los demócratas de su actual control de la Cámara de Representantes: son muchos los candidatos moderados de ese partido que se han distanciado de su campaña. Se recuerda lo ocurrido en 1972, cuando Richard Nixon arrasó con los demócratas y se impuso ampliamente a George McGovern, titular también de un programa de izquierda, aunque sustancialmente más moderado que el promovido por Sanders.
Fácil sería concluir que la candidatura de Sanders permitiría el triunfo del Presidente Trump. Es cierto que sus logros indiscutibles en la economía, en el empleo, remuneraciones y algunos en la política exterior lo benefician. También se reconoce al Presidente una base sólida y la observancia del XI mandamiento de los republicanos: no atacarse entre sus militantes y respetar la unidad del partido. Sin embargo, Trump registra un fuerte rechazo, considerable antipatía y ha cometido excesos y arbitrariedades que lo perjudican seriamente. Además, le ha surgido un inesperado y altísimo riesgo potencial, por haber menospreciado las eventuales repercusiones del coronavirus para la salud y la economía norteamericana: su mayor fuente de apoyo podría ser seriamente perjudicada.