Les quiero ofrecer a mis queridos colegas columnistas, desde la más sincera modestia y humildad, un abanico de títulos para los escritos de marzo en adelante.
Lo hago como en otras ocasiones, sin costo alguno, como ejercicio de buena vecindad, y anido la esperanza de alivianarles un trabajo semanal que me doy cuenta es trabajoso y esforzado.
Asumo que “El año que vivimos en peligro” y sus variantes —mes, semana, día—, como título de alguna columnita, es una opción inexistente y extinguida, debido a un uso extenuante. Entiendo que los alumnos que lo utilizaron fueron expulsados de la Fundación para el Nuevo Periodismo, que fundó Gabriel García Márquez.
El “¿Quo Vadis?”, como todo el mundo entiende, fue descartado por repetido en el Occidente culto y democrático.
También la saqueada y abusada pregunta de “¿Cuándo se jodió?”.
Por misericordia, no aburran.
Por piedad, dejen de lado títulos como “Al borde del precipicio” para describir latamente la situación nacional y su variante, “Al borde del abismo”, para analizar los meses turbulentos.
Recordemos esa serie de caricatura animal, donde el Coyote sin nombre se iba guarda abajo por el vacío y después de una larga caída, se estrellaba violentamente con el suelo y despedía un pequeño cráter de polvo, tras sufrir un golpe seco, plano y sin rebote.
Nadie quiere que Chile termine como el Coyote, y para eso se debe escribir y titular como “Correcaminos”. Esa es la idea.
Si nuestro destino es acabar por Arizona y al fondo del Gran Cañón del Colorado, que sea como
Thelma y Louise y sobre un descapotable celeste, con valor y clase terminal, pero nunca como el malhadado Coyote.
Los vengo a rescatar del largo vacío de la fomedad, que es el infierno de la nada. A salvar de la inutilidad, porque me temo que están a un tris.
Por tanto, les extiendo mi mano temblorosa y les ofrezco un ramillete de alternativas para que cambien los titulitos, muevan la batea, le pongan densidad y ciertos detalles que le añadan guirnaldas y clase al precipicio: “Al borde del barranco, con los pies colgando”. Atolón, despeñadero, escarpado y “Al borde de la Garganta del Diablo”, para que la altura sea espeluznante y la caída infinita, según el subtítulo “Soy chileno y sigo cayendo”. Del salto, farallón, risco, arrecife o la rompiente.
Si tenemos que caer, caigamos por las cataratas de Reichenbach en la Suiza alpina, por donde se perdió el gran Sherlock Holmes, en principio, porque al tiempo reapareció mejor que nunca.
Si hay descenso, que sea por el terrible Maelstrom y su remolino de agua; y si hay tropezón y desplome, que sea desde las alturas del Huayna Picchu.
O borde del desfiladero, agujero negro, cascada, quebrada, peñón o cavidad.
Hasta se tolera “Al borde de la oquedad”.
También el salto al vacío, pero sin repetirse, porque con uno basta y sobra.
Convengamos, eso sí, que es el gran salto de un país pequeño, neurótico y saltón.
Hasta puede ser más preciso algo ingenuo e infantil, como “Chile: saltarín bombín”.
No somos nada.