Una piscina azul sobre un jardín verde, toques de lila y rojo en las flores y el paso de la figura naranja de Frankie (Isabelle Huppert). Una pareja que habla en un cuarto café con toques de azul. La ciudad portuguesa de Sintra, bloques de blanco y amarillo entre grandes manchas verdes. El marido de Frankie, Jimmy (Brendan Gleeson), vestido de blanco y azul contra el fondo de calles amarillas. En una casa blanca, un lecho rojo…
Estos son los planos iniciales de
Frankie. Los que siguen contemplan muchas combinaciones de colores en la muy colorida y escénica localidad de Sintra.
A este lugar ha convocado Frankie, una actriz célebre en sus días otoñales, a toda su familia para pasar un día cuya finalidad nadie conoce. Aparte de su marido, concurren su exesposo Michel (Pascal Greggory), ahora gay, su hijo Paul (Jérémie Renier), su hija Sylvia (Vinette Robinson) con su marido, su amiga Ilene (Marisa Tomei) con su novio, y su nieta Maya (Sennia Nanua).
Todos ellos están en algún tipo de conflicto emocional y Frankie parece querer remendar algunos. Pero no todos; no tiene ningún entusiasmo celestino. Frankie es una mujer que está visiblemente enferma, que carece de energía y que solo desea pasar este largo día en la melancolía portuguesa con las personas a las que ha querido.
Hay mucho de teatral en esta película: los diálogos, la manera en que entran los personajes, las réplicas, incluso la posición de los actores. Es una historia de amores dialogada, con un aire artificioso, donde la palabra tiene todos los privilegios. Pero tiene un poderoso contrapeso: el uso intensivo del paisaje y de sus colores como formas expresivas que compensan, contradicen o complementan lo que los personajes dicen.
Curioso. El cineasta Ira Sachs no tiene el volumen creativo, la capacidad expansiva, que es propio de los autores fílmicos. Pero sus películas comparten una cierta tenacidad por dar espacio y comprensión a todos sus personajes.
La anterior,
Por siempre amigos (con Paulina García entre los protagonistas), respiraba el mismo tipo de objetividad y tolerancia que
Frankie, esa decisión de darle a cada uno su momento propio. Una cualidad que va a contracorriente del cine moralizante y sentenciador de estos días.
En
Frankie, esos momentos tienen más brillo gracias al uso del color, que despliega toda su vibración en el comienzo, en el amanecer de Sintra, luego se vela con la niebla de los bosques y se va apagando tenuemente a medida que avanza el triste atardecer. Es una película pausada, en clave baja, sin una sola nota de estridencia, que transcurre con el espíritu de humildad y disolución de un fado.
FRANKIEDirección: Ira Sachs.
Con: Isabelle Huppert, Brendan Gleeson, Marisa Tomei, Greg Kinnear, Pascal Greggory, Jérémie Renier.
100 minutos.