Tras el tiempo dedicado a “El camino”, telefilme secuela de “Breaking bad” que, la verdad, no aportó demasiado, los creadores Vince Gilligan y Peter Gould nos traen la quinta temporada de esta serie que crece y crece en calidad. Es verdad que se ha vendido como la precuela de “Breaking bad”, pero la propia conversión al mal del abogado perdedor Jimmy McGill (interpretado por Bob Odenkirk) ha sido y es una odisea en sí misma. Los dos primeros capítulos son fenomenales, y se empalman con una idea que ha movido la dramaturgia de toda esta saga ambientada en Albuquerque: el tránsito consciente y voluntario hacia las fauces del mundo criminal. Los criminales de “Breaking bad” y “Better call Saul” operan como organizaciones legales, aunque fuera de la ley —lo sabemos—, pero en ese pequeño gran detalle está todo el centro de gravedad. Esa movilidad hacia el lucro de lo amoral es lo que obliga tanto a Walter White como a nuestro trucho abogado a abrazar la doble identidad: Heisenberg, en el primer caso, y el Saul Goodman en el segundo. Solo decir esto: después de esta temporada seguro algunos podrán decir que “Breaking bad” es la secuela de “Better call Saul”.
En Netflix.