Aún se debate en Twitter si los hombres van a ser admitidos en la marcha del Día de la Mujer, el 8 de marzo. Afortunadamente soy mujer, así que tengo mi pase. Y no me faltan banderas por las que marchar.
-Por una sororidad verdaderamente inclusiva. El concepto de “sororidad” —para los legos: solidaridad entre mujeres— debe ser plural y efectivo. Tanta empatía nos debiera inspirar una feminista hipster, vegana y magíster en estudios de género, como una carabinera que acoge en la comisaría a mujeres dañadas y que seguramente no sabe lo que significa “otredad”.
-Por el fin de la lactancia materna como obligación ineludible de toda mujer. Amamantar puede ser una maravilla y ayuda a establecer un íntimo vínculo con el hijo, entre otros beneficios. Pero no siempre resulta bien. Y la madre que no lo logra, pese a sus esfuerzos, no debe ser culpabilizada, como suele ocurrir cuando doctores —sobre todo hombres— repiten en forma altisonante que “toda mujer puede amamantar y tiene leche suficiente”. Hay otras maneras de crear apego, que no convierten en pesadilla la vida de las mujeres con dificultades para amamantar.
-Porque el feminismo no solo vele por la cantidad de directoras en empresas IPSA o la cuota de abogadas en el debate constituyente. La preocupación debe incluir a la mujer que hace malabares entre el trabajo y la casa, quienes requieren —sobre todo en la crianza— mucho más apoyo de sus parejas, del Estado y de las empresas.
-Por el castigo efectivo al abuso sexual y al macho violador. Pero ojo con el odio al hombre o la universalización del término “macho violador”, que todo lo reduce a “depredadores masculinos y víctimas femeninas”, como dijo la escritora feminista y bisexual Camille Paglia. Toda mujer tiene derecho a ser escuchada y acogida cuando denuncia un abuso, pero la acusación debe ser comprobada con una investigación justa.
-Por el respeto a la mujer que no quiere —o no puede— tener hijos. Los chilenos somos los reyes de la intromisión en la vida privada del prójimo. No más preguntas capciosas o comentarios maliciosos sobre la mujer que tiene cero hijos — ¡qué floja!— o la que decide tener seis criaturas (¿no ve televisión?, ¿será del Opus Dei?).
-Porque nunca más estar en “edad fértil” signifique un castigo monetario para la mujer.
-Por la eliminación del lenguaje sexista, presente en tantas expresiones y garabatos que aluden a la mujer y su cuerpo, abundantes en boca de hombres y mujeres. ¿O decir “hijo de puta” para insultar a alguien no es sexista?
-Para que la ordinariez y la grosería no se conviertan en el lenguaje oficial del feminismo. Orinar en público, realizar performances de carácter sexual o estampar de groserías a los hombres no puede ser la forma prioritaria de exponer las demandas feministas. Las mujeres nos merecemos una variedad de expresiones para manifestarnos, tan ricas y amplias como es el universo femenino.