Regresó la Primera B, un torneo de sacrificados donde las fórmulas para triunfar y subir han sido estrechas y egoístas.
En vez del tránsito que privilegia las competencias y el recambio, la opción siempre ha sido la pequeña y medrosa, cerrar la válvula, apretar la llave y que sea con cuentagotas y apenas.
Ese egoísmo visceral está en el estómago del fútbol chileno y su mediocridad, porque los de arriba se encierran y protegen, mucho club temeroso por su feudo y escasa democracia para resolverlo, más bien una imperfecta y cegatona.
El fútbol como bien social implica movilidad y en ningún caso castas cerradas que impidan el acceso y el flujo natural de los que están abajo. No es una metáfora del país, pero ahora que todo es metáfora, hasta podría serlo.
Y más todavía si el Estado a los del medio y a los de abajo, en los últimos años, se los dotó de estadios espectaculares y modernos. Los gobiernos del último tiempo, porque en esto hubo acuerdo y concierto, se pusieron con Copiapó, Quillota, Calama, La Calera, Viña del Mar, Talca, Valparaíso, Coquimbo, La Serena, Puerto Montt, Chillán, Temuco y hay que seguir contando clubes y ciudades que merecen oportunidades con creces y gallardía.
Un fútbol con temor y poca competencia no construye instituciones y tampoco equipos, porque es verdad que se necesita tensión y ganar, pero sabiendo que las medallas son de dos caras: si pierde no pasa nada, y para otra vez será. No hay partido sin revancha y después de la revancha, no hay que olvidarlo, viene otro partido. Es interminable.
El grado de la competencia se mide por lo que está en juego y por eso los torneos locales requieren mejor aire y una circulación franca y rápida en ambas direcciones: que suban cuatro y bajen otros tantos. O dos de seguro, y los otros dos que lo decidan en la cancha y en duelos con los de arriba, pero que tengan oportunidad. Dos y hasta cuatro. Todos los años.
Donde descender no sea el infierno ni el final de una época, porque no lo es.
Y donde ascender no sea el cielo ni el comienzo de una época, porque tampoco lo es.
¿Dónde está el fútbol y cada uno de los clubes? En el mismo lugar de los hombres y las mujeres: entre el cielo y el infierno.
El tamaño de la cancha es el país entero, largo, delgado y extendido, y lo que importa es que cada ciudad y su equipo sean un emblema local de identidad. Y así puedan mostrar sus estadios, hacerse fuerte en su reducto, recibir a los equipos estrellas y ser parte del mayor espectáculo del mundo, que en Chile está magullado, desértico y doliente.
Ya pasará.
Este fin de semana partió la Primera B.