En el mismo momento en que caía el muro de Berlín, en el mismo año en que Chile elegía Presidente y Congreso por primera vez en 19 años, se estrenaba “Cuando Harry conoció a Sally”. La cinta, por supuesto, no contenía comentario o alusión alguna a estos eventos, pero tenerlo a vista describe mejor los treinta años que han pasado desde su aparición en la pantalla grande. La película no solo marcó a la generación que por entonces andábamos cerca de los veinte años de edad, sino que dio impulso a la comedia romántica en Hollywood por al menos dos décadas. Dicho en corto, muchos pasamos de la juventud a cierta —imperfecta— madurez viendo películas donde parejas atravesaban torceduras cómicas, momentos de pena o disolución para finalmente encontrarse en un amor que si bien solía tener más de complicidad que de erótica, de alguna manera siempre estuvo ahí, más cerca de lo que se pensaba. “Cuando Harry…” fue ciertamente la culpable de esa ola y una de sus mejores versiones. Imitada hasta el cansancio, su fórmula terminó por supuesto gastada y casi extinta.
Salgamos de la trama rápidamente. Luego de compartir un largo viaje en auto desde la Universidad de Chicago a Nueva York, Harry (Billy Crystal) y Sally (Meg Ryan), recién egresados, terminan poco menos que odiándose. Pero volverán a encontrarse una segunda y tercera vez. En esta última, ambos han sido menospreciados por sus parejas y, vaya, más maduros, más lastimados, se tienen simpatía por primera vez. A diferencia de la screwball comedy de los años 30 y 40, que también fue un género con un fondo romántico, en la comedia romántica a lo “Harry y Sally” no hay enredos irresolubles, giros dramáticos ni delirio. Y a diferencia del drama romántico clásico, tampoco son jóvenes impedidos de estar juntos por la restricciones sociales de algún orden. Harry y Sally son adultos, burgueses, sin niños ni problemas económicos, con Nueva York a su disposición pero incapaces de ser felices por cierta neurótica indefinible, por inseguridades afectivas algo adolescentes, robadas en parte de las cintas de Woody Allen de los años 80, de la que esta cinta es en parte deudora. Así, sin grandes melodramas, divorcios en curso o niños que disputar, “Cuando Harry conoció a Sally” tiene algo de cuento de hadas, a lo que contribuye el otoño en la mejor ciudad del mundo, la música de Gershwin y Armstrong y los diálogos escritos por una Nora Ephron en su mejor forma. A su estreno, la cinta parecía realista, hoy en más fácil ver cuánto idealiza y cuánto roba del mismo cine: las parejas que al principio se llevan mal pero después bien de Hawks, las citas explícitas a “Casablanca” (1942), tantas canciones familiares.
Con todo, conserva buena parte de su encanto. Fluye perfectamente en sus breves 90 minutos, cada escena tiene su qué y hay un aura a medio camino entre la inteligencia y la melancolía que se conserva casi intacto. Las incontables imitaciones no la han convertido aún en un cliché. Resulta sin embargo muy llamativo la poca tensión erótica que Rob Reiner, como director, le imprime a su pareja. El brillante orgasmo simulado en la cafetería por Sally es una parodia del acto sexual mismo, un abierto menosprecio. El post de Harry y Sally cuando finalmente “lo hacen”, es un desastre, como si hubieran cometido un pecado inefable. Su amor es uno hecho de palabras, de compañía y complicidades, todo lo cual está muy bien, pero se extraña algo de tensión sexual. En ese sentido, se parece al amor platónico de la versión cinematográfica de “Desayuno en Tiffany's” (1961). Pero incluso allí era evidente que Holly usaba la cama para buscar su subsistencia. Aquí la encantadora Sally solo concibe el sexo con amor. Ella y Harry tienen mucho de monacales, como el mismo Bogart en “Casablanca” del que tanto hablan, con la diferencia que ellos son monjes en tiempos y territorios de abundancia.
“Cuando Harry conoció a Sally”
Dirigida por Rob Reiner.
Con Billy Crystal, Meg Ryan y Carrie Fisher.
Estados Unidos, 1989.
95 minutos.