Las cuestiones fundamentales relativas a la convivencia dentro de una comunidad política pertenecen al ámbito de “las cuestiones opinables”. Esta evidencia la formuló por primera vez Aristóteles hace 2.500 años y ningún pensador político posterior la ha objetado. Esa expresión quiere decir que por su mismo carácter los seres humanos no podremos alcanzar certezas acerca de ellas y nunca podremos “demostrar” que una cierta opinión es la correcta, sino tan solo argumentar con el propósito de persuadir a una audiencia dada de que esa opinión es más razonable, conveniente, oportuna, sensata o justa que otra.
No se trata, como se ve, de que todas las respuestas sean equivalentes; las hay mejores, es posible argumentar a favor de ellas, existe una lógica que permite enlazar las distintas premisas de argumentación, existen premisas que pesan más que otras y premisas que no son válidas. Dos mil quinientos años de pensamiento político y miles de años de experiencia política reducen la tarea a menos opciones, pero nunca suprimen el carácter opinable y esencialmente deliberativo de estas cuestiones.
Estamos en Chile a las puertas de un gran proceso de deliberación sobre la correcta organización de nuestra polis, en que seremos testigos de altos niveles de discrepancia Aunque es ilusorio que en él van a participar todos los que pueden participar, sí es claro que nunca antes en nuestra historia las decisiones que se adopten tendrán un ámbito de discusión tan amplio, y las discrepancias, por ende, se intensificarán. Ello es, sin duda, virtuoso y deseable, pensando, como pensaba Aristóteles, que todo individuo es igualmente sabio para ponderar entre distintos argumentos.
Sin embargo, una discusión racional no es algo que se dé espontáneamente, sino que necesita sujetos dispuestos a discutir y ser persuadidos. En las últimas semanas, la proximidad del proceso constituyente, tal como lo sigo en los medios de comunicación y redes sociales, tiende peligrosamente, más que al intercambio racional de argumentos, a la descalificación cada vez más violenta de la persona que sostiene el argumento discrepante. En la deliberación sobre cuestiones opinables la “falacia ad hominem” es la más frecuente y admite distintas variantes y matices, pero, en cualquier caso, su introducción es la negación de la discusión racional. Aquí es posible trazar una línea nítida entre quien quiere discutir auténticamente y quien quiere dar golpes sobre la mesa a través de las palabras. Si los chilenos que son más entusiastas de participar en el proceso constituyente no son capaces de suscribir un pacto ético mínimo acerca de los requisitos de entrada de una deliberación racional, simplemente empezará a regir la lógica tribal de que gana el que grita más fuerte, la lógica de la amenaza y el matonaje verbal.