El Festival de la Canción de Viña del Mar, un programa de televisión que nunca he visto ni veré, se inicia sin gala ni alfombra roja.
Los que más han aplaudido la cancelación son exactamente los mismos que durante años se pelearon y sacaron los ojos por participar en la mentada gala.
La tropa que se moría por mostrarse y lucirse ahora tomó conciencia instantánea del significado superficial de la gala. ¿Y del sentido simbólico y profundo? También.
Así que los que desfilaban sobre la alfombra roja aplauden su retiro que sintoniza con el país actual. El no a la gala provocó consenso y galvanizó a la gente del espectáculo, porque era lo que correspondía. Hace un año lo correspondiente era justo lo contrario: brillar sobre la alfombra y en la gala.
Recuerden, por favor, que durante los próximos años, esa tropa estará desfilando nerviosa por el vestiducho o por la incomodidad de los zapatos que le aprietan el talón al experto en comunicaciones que soñaba con ese día.
Por lo tanto, cada uno mueve sus perillas, las ajusta, cambia la onda, los mensajes y se pone en sintonía.
Es natural y ocurre en acontecimientos mayúsculos y minúsculos.
¿Se trata de gente chueca, desleal, cambiante y medrosa?
No califiquemos, porque no corresponde, y además no tenemos la mala suerte de conocerlos en persona, a Dios gracias.
Digamos simplemente que el mundo del espectáculo es así: chueco, desleal, cambiante y medroso.
Convengamos, eso sí, que a la larga es un beneficio país en un doble sentido: estético y ético. Aclaremos a continuación que del primer sentido algo creo saber. Del segundo, en cambio, nada.
La mentada gala y su aburrido desfile era un momento más bien decadente, con modelos y atuendos desplazados de Milán o París, plagados de prendas europeas en desuso y demasiado corte americano de segunda y tercera selección.
Añadamos que el porte físico del hombre chileno de televisión no se presta para la elegancia natural, al contrario: los trajes no resaltan su apariencia, sino que revelan su origen social. Y por supuesto que el tránsito existe, pero nadie se puede saltar cinco estaciones sin que se note. Cuando el desbarajuste es tan notorio, lo que se llama desclasamiento, dicho en un lenguaje casi extinto, incluso molesta a los ojos.
Agreguemos que la mujer chilena, a sabiendas que su tendencia corporal es el grosor y el rollo creciente, se oculta en el porte raquítico, la costilla a flor de piel y más que en las formas de la carne, se camufla en las protuberancias del hueso.
Entendemos que una de las estrellas insignes, Di Mondo, está advertido de la suspensión de la gala y de las fiestocas aledañas, donde fue protagonista destacado. En ese tiempo no se dio cuenta de lo que estaba por pasar.
Si los intelectuales no lo vieron venir, ¿por qué exigirle clarividencia al enmascarado y extravagante Di Mondo?
El fashionista, hombre intuitivo, por Twitter e Instagram ya apoyó las marchas y protestas, porque esta es la verdad de todo el asunto: para los
socialités, una crisis social es una alfombra roja y voladora.