En su tercera incursión en narrativa, Carolina Brown (1983) propone cuatro cuentos con un denominador común ya anunciado en el título del libro. No se trata tanto, o solamente, de que las protagonistas de los relatos sean mujeres decididas, fuertes y radicales en sus decisiones; se trata también de las situaciones límite que asoman en su camino y que las obligan a reaccionar con todo lo que han acumulado en la vida, en su educación, en sus familias, en sus relaciones con otras personas. Eso que nos constituye como tales en determinado momento de crisis: lo que somos, sin posibilidades para el que quisimos ser o el que podríamos haber sido. Esa nota del presente enfrentado al azar, que hay quienes llaman destino, es la marca de estos relatos. Brown no experimenta con el lenguaje; su escritura es clásica, aunque muy viva y original en descripciones y metáforas (“anticipa la lengua gorda, un molusco hambriento que viene a buscarla; un caracol escudriñando su paladar, avanzando detrás de los molares para hacer un nido y expandirse”). La mayor apuesta va por la sólida estructura de los textos, muy similar en todos, que se apoya en los avances y retrocesos en la línea temporal. No son relatos lineales, aunque las historias podrían rearmarse de principio a fin, pero ahí está la gracia de la estructura, que enriquece notablemente la trama cuando la leemos quebrada. Brown también usa el final abierto y lo hace muy bien, entregándole al lector la decisión final sobre el destino de los personajes.
El relato más extenso es “El lugar donde se esconden las bestias”, donde Sandra, una oscura burócrata que se desloma con cifras en un subterráneo, va sola a la montaña (es su pasión y su escape de fines de semana) y sufre repentinamente lo menos esperado por su juventud y condición física, un edema pulmonar; y en la agonía del descenso, pone en escena su vida y su relación con Oleg, un danés, y dice todo lo que nunca había asomado siquiera a la primera línea de sus pensamientos. El más amargo es el primero, “La isla”, donde el mar, la soledad y una historia de abuso intrafamiliar ponen el cuadro para una escena terrible donde emergen la rabia acumulada por muchos años y la porfía del que se siente poderoso. “El color de la tierra sin plantar” narra la historia de una joven viuda enfrentada a sus fantasmas, y “La casa del ciervo rojo” sigue a una mujer, también muy joven, que se enfrenta a un crudo diagnóstico de salud y decide romper con todas sus ataduras. Cuentos duros, cuentos rudos, cuentos que hablan bien de la madurez de una joven escritora.
CAROLINA BROWN
Noctámbula, Santiago, 2019.
134 páginas.