La grasa se les ha instalado de manera inamovible en la barriga. Han perdido cerca del 70% del cabello. Tienen achaques en la espalda y lesiones cutáneas. La fatiga de material es un dato, empírico.
Pero igual decidieron volver. Se ve que quieren participar en esta, la que parece ser la última batalla política que vale la pena dar… aunque les signifique utilizar las últimas fuerzas y gastarse el último raspado de olla de capital político que les pueda quedar.
Son La Vieja Primera Línea. Son los veteranos de 1988, los que enfrentaron al régimen militar, y lo vencieron, usando solo un lápiz y un papel, en el plebiscito del 5 de octubre.
La Vieja Primera Línea era entonces la que iba al frente. En las conferencias de prensa, en las declaraciones públicas y también en la calle. Pero nunca se cubrieron el rostro con capuchas ni quemaron micros ni dejaron carabineros heridos o muertos.
Durante varias semanas después del 18 de octubre, La Vieja Primera Línea pareció confundida. Por cierto que le entusiasmaba la idea de borrar el último resabio del régimen militar, desechando por completo la Constitución redactada originalmente en 1980. Y por eso, La Vieja Primera Línea al comienzo no hizo nada concreto, útil, para frenar la violencia de la nueva primera línea.
La Vieja Primera Línea, quizás, se mareó un poco al ver cómo la violencia de la nueva primera línea conseguía que el Gobierno fuese cediendo en todo, tanto en términos de agenda social, en orden público y hasta en “entregar” la Constitución.
“Sin violencia quizás no se hubiesen conseguido todos estos logros”, probablemente pensaron varios miembros de La Vieja Primera Línea. Y eso les permitía dormir tranquilos en la noche pese a saber que habían sido permisivos e indolentes con la violencia de la nueva primera línea.
Pero de a poco, La Vieja Primera Línea se fue dando cuenta de que la violencia de la nueva primera línea parece ser imparable, porque responde a una lógica distinta: no cree en la democracia ni en el Estado de Derecho. Por eso, la nueva primera línea no detuvo su violencia ni siquiera después del 15 de noviembre, cuando el Gobierno y todos los partidos que lo apoyan (además de casi toda la oposición) firmaron un compromiso para iniciar un proceso constituyente.
El 15 de noviembre fue un nuevo triunfo para La Vieja Primera Línea, fue casi como el 5 de octubre de 1988. En cambio, para la nueva primera línea (y para las fuerzas políticas que la financian y la defienden), ninguna de esas dos fechas tiene significado alguno. Porque esas son efemérides que solo tienen sentido si uno cree en la democracia.
Bueno, esta semana, por primera vez de manera tan visible, un miembro de La Vieja Primera Línea atacó de frente a la nueva primera línea. Fue José Miguel Insulza, el senador socialista. Otros —algunos de los cuales habían ya expresado quejas por la violencia— se fueron sumando. Mi pronóstico es que en lo que queda de febrero y decididamente en marzo, La Vieja Primera Línea se reconstituirá en pleno para enfrentar a la nueva primera línea.
Será una linda pelea. Épica. Histórica.
Pero lo triste es que quizás ya sea demasiado tarde.