Terrence Malick vuelve con un filme aún más desafiante que “El árbol de la vida”, siempre en ese estilo estético que mezcla la contemplación de la belleza apabullante de la naturaleza con reflexiones profundas, la mayor parte de ellas en voces en
off: “Una vida oculta”.
El relato mismo no reviste complejidad. Basada en hechos reales, recoge la historia de Franz Jägerstätter, un humilde granjero austríaco, cuya feliz vida junto a su esposa Fani y sus pequeñas hijas en el pueblo andino de Radegund se trunca con la llegada del nazismo.
Jägerstätter se negó a jurar lealtad a Hitler. Su resistencia a ser arrasado por el pensamiento único —al que con cierta pasividad se sumaron los otros aldeanos— le costó la vida. Y a su familia, el desprecio y el ostracismo.
Valiéndose del gran angular, Malick ofrece imágenes panorámicas del valle, ese entorno bucólico que hace felices a los Jägerstätter. Son personas que trabajan duro con la tierra y lo que esta produce, así como con los animales que les dan lana o leche. Filmada con luz natural, es imposible no sentirse abrumado con esa belleza que existe a pesar del ser humano.
A ello le siguen escenas en blanco y negro de la irrupción del Tercer Reich, la entrada de Hitler en Viena y fragmentos del polémico y, a la vez, admirado documental de Leni Riefenstahl “El triunfo de la voluntad”.
A lo largo de tres horas, la película va conduciendo a su protagonista al destino que él mismo se trazó al plantearse irreductible frente a aquello que los demás han cedido.
A la partitura orquestal de James Newton Howard se suma la música de Bach, Haendel, Beethoven, Dvorak, entre otros, contribuyendo desde un comienzo a una atmósfera mística y definiendo el marco adecuado a la hondura filosófica que recorre el filme.
Aunque hay diálogos, lo que prevalece es la mirada introspectiva: recuerdos, pensamientos y sentimientos del protagonista, algunos de los cuales son vertidos en los intercambios epistolares con su mujer, una vez que es tomado prisionero. Perseguido por quienes intentan desalentar su decisión, una y otra vez escuchará que su sacrificio es inútil.
Pero el bien del mundo depende de vidas ocultas, como lo dice un poema de la escritora inglesa George Eliot, del que toma su título este filme: “Pues el bien creciente del mundo depende en parte de actos no históricos; y las cosas no son tan negativas para ti y para mí como habrían podido serlo, en parte a causa del número de personas que vivió fielmente una vida oculta, y descansa en tumbas no visitables”.
“La vida oculta” es un cine de minorías, que aparece de vez en cuando, que exige un espectador con una sensibilidad alerta. Es el tipo de cine que han hecho Tarkovski, Bergman, Dreyer. Nada que tenga que ver con la adrenalina, pero que interpela, angustia y conmociona a ese espectador siempre inquieto con la realidad que está viviendo, acicateado por preguntas trascendentales, esas que no pierden actualidad porque están en la base de la condición humana.
(En Cartelera).