No importa en qué lugar de Chile, pero estoy de vacaciones, y pese a eso no puedo evitar pensar en marzo.
Vago, giro y deambulo sin arte, parte ni norte.
Intenté sacarme el año de la mente y no es el 2020, sino el 4717 y soy chino; o el 1441, y musulmán, o el 2012 y etíope, pero no hay caso y el intento fue en vano.
Me acuerdo de Buster Keaton y esa película muda
Las siete ocasiones, que se estrenó el 15 de marzo de 1925 y rebotó en el poema de Rafael Alberti, el vate comunista: “Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca”.
Estamos en la alta cultura, que nadie se horrorice ni me golpee, pero igual digo “atrás sin golpes” y lanzo la toalla (siempre ando con dos), porque un 8 de marzo de 1971 Joe Frazier retuvo el título y derrotó a Muhammad Ali.
Me olvido de los livianos y pesados, pero no me voy de los libros.
El 25, pero de 1910, nació Óscar Castro y me encantó
Comarca del jazmín.
El 9, pero de 1994, murió Charles Bukowski.
Así que navego entre el criollismo y el realismo sucio y vuelvo al marzo chileno.
Es tarde, no duermo y voy a servirme algo.
En el calendario republicano francés, cuando la revolución cambió a Francia, el marzo del calendario gregoriano se diluyó por los meses Ventoso y Germinal, y como suprimieron los días para santos y los reemplazaron por plantas, animales o minerales, encuentro dos especies que entrarían en el mes actual: cicuta y mandrágora. Me desvelo pensando en venenos y hechizos. Debería servirme algo más.
En un estado de duermevela e inquietud, pienso en lo que generalmente se piensa durante la noche: en la muerte. Y me desvelo. En la mía, pero también en otras.
En la del escritor mexicano Mariano Azuela, ido un 1 de marzo de 1952 y autor de
Los de abajo, que transcurre en la Revolución mexicana y mejor no les digo quiénes se enfrentan y menos quiénes ganan.
Voy francamente al refrigerador y me tomo un sorbo de pisco sour desde la botella misma, buscando el dulce sueño reparador.
El 24 de marzo de 1905 le llegó la hora a Julio Verne y ni siquiera él, con su ficción y anticipación, se habría imaginado al Chile de marzo, pero no es mi intención alarmar, aunque entre la vigilia y los sudores veo al Nautilus por Plaza Italia y al capitán Nemo en La Moneda, mientras Phileas Fogg se atrasa, llega tarde y no hay vuelta al mundo en 80 días.
El nombre de marzo, el tercer mes del año, viene de Marte, el dios romano de la guerra.
Voy por otro trago, ahora algo más serio y fuerte. ¿Cubitos? Póngale dos.
Recomiendo suprimir las campañas publicitarias donde marzo era un mes temible y se aparecía como fantasma, ululando por los pagos de matrículas, aranceles y uniformes. Asustando por las razones clásicas: fin de las vacaciones y retorno al estudio, trabajo, tacos, neurosis y la intensidad del año lectivo.
Me gustaría borrar el mes, aunque entiendo que no es posible, pero sería ideal pasar de febrero a abril.
Me detengo en otro día, el 14 de marzo, y llego al Día Internacional del Número Pi y descubro que es irracional.
Sigo con sed. ¿Cubitos? Póngale tres.
Todo sea por el bono de marzo.