Sequía, megasequía, cambio climático, ecología, medio ambiente. Esas eran las preocupaciones antes de octubre. Hoy parecen haber quedado relegadas, y los mismos jóvenes que se aprestaban a vitorear a Greta, encendieron neumáticos, quemaron buses, rompieron árboles, dejaron secar el pasto y morir la vegetación (sin mencionar los daños a la infraestructura), con una estela de contaminación que, pareciera, los deja indiferentes.
Pero lo de la megasequía es una catástrofe que no debiera ignorarse. Los perjuicios a la agricultura y ganadería son cuantiosos; la degradación del suelo trae más daño, y el avance del desierto hacia la zona central es una realidad. La falta de lluvias hizo que 2019 fuera el peor año desde 1968, y de ahí a la escasez de agua para el consumo humano es cosa de tiempo, según expertos.
Chile no es el único país en esas condiciones, y las experiencias de otros están al alcance de la mano. Las soluciones requieren, eso sí, una visión política de largo plazo, grandes inversiones y una capacidad tecnológica muy desarrollada.
Singapur es un ejemplo magnífico. Una ciudad-Estado de 719 kilómetros cuadrados, donde viven 5,6 millones de habitantes y que no tiene una sola fuente de agua natural, excepto las cuantiosas lluvias. Justo lo que falta aquí, por lo que mi ejemplo podría parecer poco útil, pero lo elijo porque los singapurenses han sabido aprovechar las pocas ventajas que tiene el territorio para desarrollar un sistema integrado de manejo de los recursos hídricos que les ha dado excelente resultado.
Lo primero es no desperdiciar ni una gota (el 50 por ciento del agua que consumen es importada de Malasia); luego, reutilizarla indefinidamente. Y tercero, desalar toda la que puedan, en tres modernas plantas (a las que se sumarán dos este año), para alcanzar a abastecer el 30 por ciento del consumo en 2030.
En un territorio tan chico, el almacenamiento es un problema, y los singapurenses lo han resuelto destinando enormes extensiones a una veintena de reservorios que a la vez son centros recreacionales, rodeados de árboles y plantas que les dan un aspecto de ciudad jardín incomparable.
Esos reservorios recogen agua de la lluvia, pero también son alimentados por agua reciclada. Y ahí se aprecia todo el talento que se ha puesto en el sistema. Nada se pierde, el agua lluvia que corre por las calles (y que en Chile se pierde inexorablemente en su rápido recorrido hasta el mar) se va por un sistema de drenaje, separado de las alcantarillas —que están muchos metros más abajo—, a los reservorios, desde donde llega a plantas de tratamiento para consumo doméstico o industrial.
Lo más notable del sistema es, ciertamente, la llamada NEWater, agua purificada, completamente potable, que ha tenido un proceso de microfiltración, a través de membranas muy finas que atrapan, además de las partículas en suspensión, bacterias y virus, para después pasar a otra etapa, en la que otro filtro más tupido solo deja pasar las moléculas de agua. La tercera fase es una desinfección ultravioleta. Ahí el H2O se destina a uso industrial o va a una planta donde recibe el tratamiento general del agua potable. Y está lista para tomar.
Estamos muy lejos aún de necesitar NEWater, pero si nos inquieta tanto que falte agua en el futuro, debiéramos ya estar preparándonos para buscar soluciones tecnológicas de esa envergadura.