El cristiano es luz, porque quiere identificarse con una persona, y de un modo natural, sin tensiones, sin estridencias, en el ambiente que Dios lo puso, da sentido y contenido a los que trabajan con él, su familia y amigos: “Brille así vuestra luz ante los hombres” (Mateo 5,16).
Entonces, ¿qué es ser luz en el día a día? Jesús mismo responde: esa luz es nuestra vida, “brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras” (Mateo 5,16). Y al pensar en “obras buenas” viene a nuestra memoria la pregunta del joven rico a Jesús: ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna? (cfr. Marcos 10,17). Jesús le contesta: “es bueno… solo Dios” (Marcos 10,18).
Solo Dios basta, Jesús es el “Camino” y seremos felices aquí en la tierra si nos parecemos a Él, amando a los demás: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos. Entonces surgirá tu luz” (Isaías 58,7-10). Es ahí, en los quehaceres habituales, donde los demás necesitan de la luz de mi vida: “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: este lee la vida de Jesucristo” (San Josemaría, Camino nº 2).
Ahora bien, el testimonio, las obras cristianas están íntimamente unidas a la enseñanza de la fe. Quien fue un testigo ocular dice: “Escribí el primer libro, querido Teófilo, sobre todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar” (Hechos 1,1). Es un buen consejo para todos, antes de enseñar hay que hacer, así dicen de Jesucristo los evangelios.
El cristiano en medio del mundo —con su vida y su fe— responde a las inquietudes, dudas y temores de sus vecinos y amigos, dando “gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5,16), elevando la temperatura espiritual a su alrededor. “Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios… Jesucristo, y este crucificado” (1 Corintios 2,1-2).
En los tiempos en que nos movemos, varias veces me han preguntado algunos feligreses: Padre, ¿qué opina de la Constitución, la cambiamos o se mantiene? La tentación de dar mi opinión es grande, pero soy consciente de la influencia que tiene mi ministerio.
Por varios motivos creo que no debo responder. El tercero —de abajo hacia arriba—, porque decepcionaría a ese laico que goza de completa libertad en materias contingentes y no quiero ser dueño de su conciencia, sino servidor de ella.
En segundo lugar, al Papa Francisco, que nos ha pedido en Chile que no seamos clericales: “Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como loros lo que les decimos. El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos” (Francisco a los obispos en Chile, 16-1-18).
Y en primer lugar, defraudaría al Señor, porque Él también se abstuvo cuando alguien le pidió que le resolviera un problema contingente –una herencia–: “Hombre, ¿quién me ha constituido juez o encargado de repartir entre vosotros?” (Lucas 12,13-14).
En estos tiempos que vivimos, los pastores damos luz recordando la responsabilidad y libertad que tienen todos los bautizados en la búsqueda del bien común temporal del país. Nos corresponde animarlos a rezar por nuestra patria, por todas sus autoridades. A que antes del plebiscito se informen, y que ese día participen todos sin excepción, como buenos ciudadanos que debemos ser.
“Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”.(Mt. 5,14-16)