Un bullicioso café en el centro de Beijing y la tranquilidad de un parque en las afueras de la ciudad sirven de escenario para dos fascinantes conversaciones con jóvenes chinos. Un hombre y una mujer, cercanos a los 30 años, con estudios en el extranjero y destacadas posiciones laborales. Ambos orgullosos de su país y con una mirada amplia del mundo y sus desafíos. Pero una cosa les quita el sueño: el costo de la vida. En particular, el precio de los departamentos.
Es que las viviendas en Beijing se han encarecido muchísimo en los últimos años. Un departamento de 70 metros cuadrados puede costar un millón de dólares, algo así como 750 millones de pesos. Y para poder comprarlo se exige un pie superior al 30%. “Con suerte alcanzaré a juntar los casi 250 millones de pesos de pie cuando cumpla 60”, lamenta uno de ellos.
El aumento de los precios de las casas en las principales ciudades es una bomba de tiempo. Beijing es solo un ejemplo, pero todas las grandes capitales enfrentan un fenómeno similar. Es que el crecimiento económico, las bajas tasas de interés y las fuertes regulaciones han logrado elaborar un cóctel perfecto. Así, no es sorprendente que una pareja de jóvenes profesionales no pueda establecerse en lugares céntricos de grandes urbes y termine condenada a la periferia, lejos de las oportunidades laborales.
En el pasado, el sistema político buscó una solución en la llamada “democratización de las finanzas”, relajando las condiciones de crédito para comprar viviendas. Pero esto está en retirada, por los riesgos financieros y la presión social de llevar el endeudamiento al límite. En el último tiempo han reaparecido las restricciones a los arriendos, pero su impacto será negativo. La oferta de viviendas se restringirá y los precios subirán aún más. Como en otras oportunidades, solo unos pocos podrán acceder a las viviendas bien ubicadas.
Santiago no es la excepción. Los precios no son los de Beijing, pero las viviendas y los costos de arriendo han subido sustancialmente. Por ello, hay que anticiparse a un fenómeno que ocurrirá de todas maneras. Seguir agrandando la periferia sin una transformación radical en el transporte público es inviable. Y la idea de fijar precios es, simplemente, mala.
Las soluciones pasan más bien por densificar más zonas —lo que, por cierto, trae algunas dificultades—, poner el acelerador en modernizar el transporte público y destrabar nudos críticos de infraestructura. Este camino hace sentido tanto desde una perspectiva social como económica, democratizando la ciudad y aumentando la productividad. Entre tanta propuesta creativa, brillan por su ausencia las que apuntan a solucionar problemas concretos de manera razonable. Esta es una.