Si bien “Pacto de fuga” está basada en el escape de la Cárcel Pública de Santiago protagonizado por 49 presos políticos, la noche del 29 de enero de 1990, poco dice respecto de la época, de sus organizadores —miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez— o de los días actuales. Está bien: la dictadura, el plebiscito del 88 y el triunfo de Patricio Aylwin en las elecciones de 1989 son mencionados. Hay también un fiscal militar —el fiscal Andrade (Mateo Iribarren)— que obviamente trae a la memoria al fiscal Fernando Torres Silva. Todo es innegable, pero la cinta hace escasas reflexiones sobre el momento histórico, sobre la tensión interna que vivía el Frente entre quienes estaban por deponer las armas y quienes querían seguir combatiendo o sobre los 30 años que han pasado desde entonces. Dictadura, Frente y plebiscito son parte de un paisaje que tiene un aire anecdótico, pintoresco, desideologizado, como ciertas películas estadounidenses en las que la Segunda Guerra Mundial es un escenario tópico, una guerra de buenos contra unos tipos muy malos llamados nazis. Aquí los nazis son el fiscal Andrade y algunos gendarmes. Los buenos… ya sabemos, los intachables hombres del Frente que han decidido escaparse, donde hay un médico idealista (Eusebio Arenas), un ingeniero introvertido (Benjamín Vicuña), un hijo de combatiente idealista (Diego Ruiz), un padre idealista (Roberto Farías) y un marido idealista (Víctor Montero).
Estos énfasis de “Pacto de fuga” existen quizás porque la cinta está explícitamente filmada en los códigos del cine de escape. El director, David Albala, arma su película de tal forma que el espectador no pueda dudar del compromiso afectivo con el grupo que planea la huida. Cuando el cine chileno acostumbra a sentir distancia o derecho desprecio por los personajes que pone en escena, este compromiso afectivo no deja de sentirse como un aire fresco. Lo que resulta cuestionable es que lo haga con integrantes de una organización armada, cuando su vía de acción —la violencia— resulta debatible desde un punto de vista ético y, vista la historia, poco sensata desde un punto de vista político, ya que tenía nulas posibilidades de acabar con la dictadura y, más bien, abría caminos para prolongarla. Al mismo tiempo, cuesta creer que estos actores, dispuestos a matar y dar la vida por sus puntos de vista, fueran a la vez los hombres llenos de sensibilidad, de tipo tradicional y conservadora, hacia esposas e hijos. Como que algo no cuadra. El compromiso afectivo con los personajes es una cosa, soslayar las espinas morales de su posición o de la naturaleza de su carácter, otra.
Dicho eso, “Pacto de fuga” funciona en el territorio donde más apuesta: su dramaturgia, el armar un relato narrado adecuadamente, con acción que capture la atención del espectador hasta el desenlace. Nunca se puede menospreciar este desafío, y Albala y su equipo lo logran acertadamente. Puede haber resultado algo más larga de lo que debiera, pero la cinta corre bien, con pocos tropiezos. Más dudosas son algunas opciones cinematográficas. Excesos de primeros planos y cortes frecuentes en conversaciones que no parecían requerirlo, escasas pausas u observaciones revelan a un director poco atento a la puesta en escena o al lenguaje formal de su trabajo. De hecho, cuando la cinta deja espacio a las galerías de la cárcel, a los cuerpos de los personajes, toma cierto aire mayor, respira, parece cine de cierta madurez. Cuando se llena de primerísimos planos de rostros, de caras de angustia, de expresiones de una sola lectura, la cinta se siente cerca de una teleserie.
Pacto de fugaDirigida por David Albala.
Con Roberto Farías, Benjamín Vicuña, Amparo Noguera y Mateo Iribarren. 138 minutos, Chile, 2019.
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