Aunque fueron los trabajadores los que conquistaron el derecho al descanso anual, este prontamente fue entendido como una pieza clave para la eficiencia del ciclo productivo. Los lugares de veraneo y las posibilidades de acceder a ellos se fueron democratizando y facilitando por parte de los mismos empleadores que lo tomaron como una herramienta que apaciguaba descontentos y fortalecía la mano de obra. Algunos centros vacacionales llegaron a formar parte del paquete de beneficios sociales para los obreros y las ciudades se abocaron también a construir equipamiento vacacional público, echando mano a los mismos parques urbanos, como el balneario en la Serpentine del Hyde Park. Los ejemplos abundan y recorren desde las piscinas públicas norteamericanas hasta los programas de la Kraft durch Freude en la Alemania nazi, pasando por nuestros ingeniosos Balnearios Populares en la UP. Abordado con espíritu reformista –desde el liberalismo al autoritarismo–, no hay ideología del siglo pasado que no haya comprendido la importancia estratégica de proveer a los obreros de un lugar para vacacionar con dignidad.
Pero incluso por entonces, cuando el parque O'Higgins aún se llamaba Cousiño y no tenía cierro perimetral, algunas familias se las ingeniaban para pernoctar allí y capear las altas temperaturas estivales, porque no contaban con otra alternativa. Alrededor de la laguna se formaba una especie de
camping popular, que hizo de único destino de veraneo a algunas de las infancias más modestas. Si bien afortunadamente hoy ya nadie puede arriesgar la salud y la integridad por pasar ahí la noche, siguen existiendo razones que impiden a muchas familias contar con más lugar para vacacionar que el espacio público de sus propias ciudades.
Cuando no hay posibilidades de salir, la ciudad cumple la función vital de recomponer esas energías imprescindibles para comenzar otro año de trabajo, de vida cívica y de responsabilidad social. La oferta cultural que se concentra en estos meses es fundamental, pero también, la calidad material de los espacios. Si nuestros parques están secos, tristes y acalorados –como el O'Higgins ahora mismo, sin ir más lejos–; si no hay árboles que les den sombra a nuestras calles y hay barrios con plazas en donde no crece ni una brizna de hierba; si para el que no le alcanza para pagar la piscina tarifada no hay una mísera fuente de agua, en pleno siglo XXI, les estamos negando a muchas familias el merecido y mínimo descanso anual.