Los estallidos sociales que han venido desarrollándose en diferentes países en los últimos meses han dejado en evidencia la necesidad de instalar el diálogo como herramienta esencial en la cultura de la sociedad actual. La desconexión que se percibe, consciente o inconscientemente, se manifestó de manera expresa en Chile a partir del 18 de octubre pasado.
No obstante, lo unánime del diagnóstico es que en nuestro día a día no se visualizan espacios concretos donde podamos resolver conflictos de manera directa, a través del uso de herramientas de negociación mediante conversaciones guiadas incluso por expertos.
La desconexión y la falta de instancias colaborativas para resolver conflictos aumentan la sensación de injusticia, abuso, soledad, rabia, desencuentro y polarización, que son barreras naturales para la construcción de acuerdos y justificación “injustificable” para el uso de la violencia.
Sin embargo, esta misma ausencia de conexión, que muchas veces atribuimos al exceso de tecnología e individualismo, podemos trabajarla con diálogo, forma primaria de relacionarse, sumado a la tecnología del siglo XXI. Ahí hay buenas noticias.
La gran base social de Chile está en la búsqueda de espacios de escucha activa, diálogos autoconvocados o convocados por instituciones del sector público y del privado, donde junto a una conversación simple se ha incorporado tecnología para sistematizar resultados y acercar a quienes no están físicamente presentes en esos encuentros.
El valor que se les ha reconocido a estas reuniones, impregnadas de un aire de confianza para conversar sobre qué nos ha pasado, respetando diferencias y condenando unánimemente la violencia, nos impone el desafío de avanzar en esta línea, no solo como un imperativo ético frente a crisis o conflictos político-sociales que han estallado de manera violenta, sino de forma permanente en todos los ámbitos de manera coherente.
Estando de acuerdo en los beneficios de una sociedad con cultura de diálogo, debemos fomentarla con medidas concretas, por ejemplo: reformas legales que contemplen un abordaje colaborativo previo ante posibles juicios; educación en todas sus formas y etapas; incentivos a quienes demuestren fomentar y tener cultura de diálogo; tecnología e innovación en la construcción de carreteras “procesales” que privilegien principios de celeridad frente a conflictos de toda índole (ODR, Online Dispute Resolution), entre otras.
Ahora bien, ¿cómo hacemos más eficiente y efectivo el diálogo utilizando herramientas tecnológicas? ¿Cómo se da el diálogo en el siglo XXI? ¿Qué información podemos recoger de diálogos masivos para la generación de acuerdos o políticas públicas?
El Poder Judicial, de manera visionaria y eficiente, ha fomentado el uso de tecnología mediante la tramitación electrónica, lo que facilita el acceso a la justicia, más aún cuando las personas ya tienen incorporado en su día a día mecanismos a distancia para realizar diferentes actividades (bancarias, salud, educacional, compras en línea, etc.). El Ministerio de Justicia convocó a una comisión para la reforma procesal civil, que culminó su trabajo incorporando un borrador de ley de mediación en materias supletorias que ya consagra el sistema legal y que constituyen el 50% de los casos que ingresan a este poder del Estado a través de sus juzgados civiles.
La coherencia en la implementación de mecanismos colaborativos en diversas áreas logra una nueva forma de acceso a la justicia que beneficia relaciones comerciales, de familia y de consumidor, entre muchas otras. Esto genera un deuteroaprendizaje en quienes participan en procesos de diálogo, instalando en los actores sociales la capacidad de negociar, lo que a largo plazo se traduce en paz social, tan necesaria por estos días, si es que realmente nos interesa convivir con otros en un país que debe avanzar.
En suma, el diálogo, que durante muchos años se consideró una señal de debilidad, hoy constituye una poderosa herramienta, que bien gestionada puede conducir a canalizar demandas a través de procesos de diálogo y paz de carácter nacional, como se ha hecho en otros países (por ejemplo, Sudáfrica, 1990-1996), en los que se pudieron abordar las causas profundas de los conflictos, alcanzar un consenso acerca de la necesidad de lograr acuerdos y generar agendas de cambios normativos necesarios, todo con la información que se obtiene logrando que las personas se sientan partícipes en tomas de decisión.
Finalmente, extendemos la invitación a quienes crean que esta necesidad urgente de diálogo constituye una oportunidad que permitirá desjudicializar conflictos y lograr acuerdos con todos los beneficios que esto trae a la sociedad. Lo anterior, en el marco del siglo XXI, donde la tecnología nos ayudará a conectarnos en este escenario de enormes desconexiones.
Macarena Letelier Velasco
Directora Ejecutiva
M. Soledad Lagos Ochoa
Jefa de la Unidad Mediación
Centro de Arbitraje Y Mediación (CAM)
de la Cámara de Comercio de Santiago