El uso del VAR en Chile, donde somos más papistas que el Papa y tan severos como el juez de la horca, dejó al fútbol en manos de árbitros mirones y puntillosos.
El empleo de la técnica le trajo felicidad, por fin, a unos jueces que durante décadas fueron cuestionados, pero ahora se acabó: más le vale al comentarista y al espectador, que paren, miren y escuchen, antes de cruzar la línea.
Se los puede llevar el tren del VAR y los relatores del espectáculo en vivo se escudan en la forma verbal “pareciera”, un subjuntivo imperfecto de tono hipotético y cauteloso, donde pareciera que fue penal o falta o codazo. Se les acabó la seguridad, la opinión facilita y ya no se la juegan por nada, porque el único que sabe, en rigor, no es el colega sobre la cancha, sino los árbitros que están detrás del VAR y que sentados frente a cinco o seis cámaras, sucumben ante la tentación diabólica de transformarse en el ojo divino que nunca pestañea.
Entonces actúan con la dureza del más antiguo de los testamentos: se mueve una hojita y la descubren y son el Gran Hermano mirón, pero con anteojos.
¿Acaso se están vengando de toda esa tropa de jugadores que durante décadas simuló y los engañó, hasta se rieron a sus espaldas y se mofaron de sus capacidades?
O bien del respetable público, lo que es un falso decir, que siempre puso en duda su honor, también su origen y no digamos la de veces que les recordó de mala manera a su santa madre.
O es de la banda de periodistas parlanchines que los critican con mordacidad irresponsable y sin el respeto que merece el oficio más peligroso del mundo: árbitro.
Ahora, con la tecnología y mochila de un robocop, otro será el trinar.
Con esta espada flamígera del VAR otro será el cantar.
¿Cuál es la misión especial y espacial? Descubrir y explorar lo que nadie vio, como el capitán Kirk y la nave Enterprise. Ni en la televisión y menos en los estadios, y por eso la pregunta que recorre las tribunas es “¿qué está cobrando?”. La pregunta, es de esperar, no se repita en las próximas fechas, porque los estadios se podrían quedar aún más vacíos, porque qué sentido tiene pagar una entrada e ir a ver un partido de fútbol, para después no enterarse de lo fundamental.
En el flamante VAR chileno bien podrían florecer los árbitros iluminados y acaso vengativos, que sancionan hasta lo invisible y por fin son infalibles e incuestionables.
Ya no se trata de lo que vio todo el mundo, incluido el árbitro a ras de pasto, sino de lo que solo ven los colegas sumidos en las pantallas, recorriendo escenas en cámara lenta, buscando la aguja en el pajar y dando con algo, por supuesto, porque siempre hay algo: es lo que solo ven ellos, esos ángeles negros, con ojos de halcones electrónicos e inhumanos.