Desde un comienzo se sabía que el Presidente Donald Trump sería declarado inocente. Todo indicaba que el Senado de los Estados Unidos rechazaría la acusación constitucional en su contra. Estaba expuesto a la destitución por abuso de poder y obstrucción al Congreso. Se le imputaba haber retenido ayuda militar por 400 millones de dólares a Ucrania para lograr que el gobierno de ese país investigara a su principal opositor, el exvicepresidente Joe Biden, por supuesta asociación en los negocios de su hijo Hunt, directivo de la principal empresa gasífera ucraniana. No se proporcionaron pruebas de tal corrupción. También se le reprochaba haber prohibido a funcionarios de la Casa Blanca testimoniar en el proceso que le seguía el Congreso.
Resulta imposible que triunfen los demócratas en su intento de remover al Presidente. Los republicanos cuentan con 53 de cien senadores y para condenar al mandatario se requieren 2/3. Se necesita que 20 senadores de su partido abandonen al Presidente, algo impensable, contrario al XI mandamiento de los republicanos: “Nunca hablarás mal de otro republicano”.
La regla de defensa común se impuso desde la campaña por la gobernación de California entre Ronald Reagan y el alcalde de San Francisco, George Christopher. A Reagan, entonces un actor, hoy ícono de su partido, se lo intentó criticar por su inexperiencia política. George Bush padre, en su disputa con Bob Dole, y Bush hijo con Mitt Romney, cumplieron con el XI mandamiento. Lo concreto es que se mantendrá la unidad republicana: todo indica que los 53 senadores votarán por la inocencia de Trump, aunque varios lo desprecian con buenas razones.
Sorteada la acusación constitucional, los demócratas tendrán un escollo formidable: el peso de la gestión económica en la elección presidencial. James Carville, estratega del Presidente Bill Clinton en 1992, en medio del desconcierto del comando demócrata, irrumpió en la sede partidaria instalando un gran letrero sobre su escritorio. Se leía: “¿De qué se trata esta campaña? Es la economía, estúpido”. Y Trump la tiene a su favor y sigue siendo un tema central. El crecimiento económico bajo su gobierno es muy superior al de sus predecesores, dos y media veces mayor al logrado durante Obama y con significativos aumentos en el empleo y en las remuneraciones. Además, su errática política exterior, vergonzosa en muchos casos, basada en el uso de sanciones económicas y en el no empleo de tropas, le reditúa. También le ayuda su conflicto con China y es popular en Estados Unidos. El colmo es que un factor lamentable e inesperado, el coronavirus, ha terminado favoreciéndolo, al debilitar la marcha triunfante de la economía China y la majestad del Presidente Xi.
Por ahora, a Trump lo salvarán los senadores republicanos y el XI mandamiento de su partido. Su futuro dependerá de otro juicio, el definitivo del pueblo norteamericano, el 3 de noviembre, día de la elección presidencial. Ese no está asegurado.