Las barras bravas, esas asociaciones ilícitas que hace 30 años operan en nuestro fútbol, dieron una muestra más de su barbarie para desafiar a la sociedad chilena. Los facinerosos que ayer ingresaron a la cancha del estadio Francisco Sánchez Rumoroso, cuando transcurrían los 17 minutos del primer tiempo entre Coquimbo Unido y Audax Italiano, mostraron su violencia y nulo respeto por los jugadores y el público de nuestra Primera División.
En su totalitarismo y ceguera, estos bandidos creen homenajear y enaltecer la memoria de Jorge Mora, el hincha de Colo Colo que falleció el lunes, luego de ser atropellado por un camión de carabineros al finalizar el partido entre los albos y Palestino. En rigor, utilizan la tragedia del joven hincha como la excusa precisa para desatar su irracionalidad. A ellos nunca les interesó Jorge Mora; solo pretenden demostrar su poder en las gradas.
Con el partido suspendido por el árbitro Cristián Droguett, al menos tenemos una buena noticia. Los hinchas repudiaron a los 50 vándalos. Esa señal es la que necesitamos. La gente que asiste al fútbol con regularidad, los que pagan su entrada, los que no “machetean”, tienen que marcar territorio en el resto del campeonato.
Nadie dice que actuemos con frivolidad. Chile atraviesa por la mayor crisis política y de orden público desde el retorno a la democracia. Ni siquiera en dictadura los estadios fueron escenario de este tipo de acciones delincuenciales. A partir de 1983, cuando se iniciaron las protestas, la gente ocupó las galerías como un espacio para manifestarse con ingenio y valentía. Esas tribunas entendían que ese momento era único y debía aprovecharse. Existía un sentido político.
Hoy el panorama es distinto. Los delincuentes, grupos minoritarios que se adueñaron de las hinchadas locales, nos desafían a todos. Es demasiado lo que está en juego. De partida, la fuente laboral de las personas que viven en torno al fútbol.
La FIFA y la Conmebol observan. Coquimbo recibe este martes a Aragua de Venezuela, mientras Universidad de Chile espera a Internacional de Porto Alegre por la Copa Libertadores. En marzo están las eliminatorias al Mundial de Qatar 2022. Un bochorno como el de ayer o el que vimos el 22 de noviembre en La Florida, cuando menos de 10 pelafustanes interrumpieron el pleito entre Unión La Calera y Deportes Iquique, implicará sanciones contundentes.
Al gobierno le corresponde proporcionar la seguridad necesaria para que los espectáculos masivos se desarrollen. Los clubes y la ANFP requieren acrecentar sus dispositivos, pero también es clave el discurso de los jugadores. Si ellos cortan el vínculo con los “profesionales de la pasión” es posible avanzar. Estamos en un momento complejo, donde el Estado de derecho está comprometido y el fútbol se instala como una excusa para el lumpen que nos arrincona.
Ojalá que los aduladores de los delincuentes del tablón, que enarbolan rebuscadas teorías sociológicas para sustentar la eventual rebeldía de las barras bravas, entiendan que a estos grupos solo los mueve una lógica carcelaria, muy lejana a este noble juego.