Judy Garland, nacida como Frances Gumm, debutó en un escenario de vodevil a los 3 años y creció en esa vida itinerante formando un trío musical con sus hermanas mayores. Cuando una de ellas se casó, su madre decidió mantener el espectáculo solo con la niña. La señora sería conocida años después como “La verdadera bruja del Oeste”, pero tuvo la suerte de llevar a Judy, a los 13 años, a una audición con Louis B. Mayer, uno de los fundadores de Metro-Goldwyn-Mayer, que le ofreció un contrato inmediato.
En esta película no aparece la madre. Pero sí Mr. Mayer, el veterano empresario que la tomó bajo su custodia en los años 30. Y aunque nadie ofendería a este personaje llamándolo macho alfa, es una presencia ominosa, que si no linda con la pedofilia, está totalmente instalado en la codicia. Este Mayer es el que la inició en el consumo de pastillas, primero para no engordar y más tarde para dormir, relajarse, concentrarse, y así por delante. Y es el que la lanzó a la leyenda en 1939 con
El mago de Oz, que pasó por una veintena de guionistas y una ristra de directores, para terminar con el mismo que su rival David O. Selznick eligió ese mismo año para
Lo que el viento se llevó: el impersonal Victor Fleming.
Esta película no incorpora nada de eso, porque no es una película cinéfila. Su coestrella infantil en nueve películas, Mickey Rooney, y su célebre hija Liza Minnelli solo aparecen por segundos. El gran cineasta Vincente Minnelli, su segundo marido, simplemente no está. Es más bien un
biopic con marco teórico, que muestra a una mujer quebrantada y cerca de la muerte poco antes de cumplir los 47 años.
El relato se centra en el viaje de Judy Garland a Londres a comienzos de 1968 para cumplir un contrato de tres semanas en un cabaret, que se convertiría en una agónica estancia de casi seis meses. No hay para qué decir que la película consiste en empatizar con ella, apreciar su sufrimiento de madre desposeída, comprender su dependencia de las pastillas y el alcohol y hasta alegrarse con su quinto matrimonio de tres meses. Los contraluces no son tales: solo unas cicatrices de las heridas inferidas 30 años entre los decorados pintados de
El mago de Oz. Lo que omite y lo que incluye muestra una capitulación vergonzosa al clima de los tiempos.
Pero nadie le reclamará al director Rupert Goold, porque
Judy es una película sin riesgo. Si alguna vez los británicos se sintieron culpables de su muerte, esta cinta inglesa es su lavado de cara. Lo que le ocurrió a Judy Garland con sus barbitúricos casi no sucedió en Belgravia, sino en el Hollywood que comenzó a asesinarla desde niña. Una tragedia tópica, sin diámetro, lineal como un cordel.
JUDYDirección: Rupert Goold.
Con: Renée Zellweger, Finn Wittrock, Jessie Buckley, Rufus Sewell, Michael Gambon.
118 minutos.