Si hay que rescatar algo del intento de Santiago a Mil 2020 por refrescar “La flauta mágica”, la última y más famosa ópera de Mozart, para muchos perfecta, digamos que las 12 canciones compuestas por Horacio Salinas con letra de Julieta Venegas, más dos temas instrumentales, suenan gratamente. Uno puede apostar que la cantautora mexicana los incorporará en su próximo recital.
Pero eso no es lo que nos compete. Aquí la idea fue no solo refrescar la creación de Mozart de 1791, como lo hizo su atractiva relectura por Peter Brook que ofreció el FIBA en Santiago en 2011, sino actualizarla y latinoamericanizarla. Claro que entre esa y esta —que comprometió una alianza de Chile, Alemania, México, Italia y Uruguay; al director chileno-germano-portugués Antú Romero; al más cotizado dramaturgo local dentro y fuera de Chile en la década pasada, Guillermo Calderón, y a un elenco juvenil multinacional— hay un abismo.
El resultado es de esos que uno se pregunta al final de la función ¿valió la pena que se hiciera?, ¿aportó algo a mi experiencia personal y al desarrollo del teatro en este país? La respuesta es que mejor no se hubieran gastado la plata y el esfuerzo. Cotejando la pretenciosidad del proyecto y la escasez de logros, califica como el punto más deplorable del programa. Romero falló en probar por qué la página web del festival lo presenta como “uno de los mayores talentos del joven teatro alemán”, citando a la Radio-TV estatal de ese país (que no menciona fuentes).
De seguro faltó tiempo para meditar y madurar el proceso. Pero en la entrega de partida se percibe liviandad en la elaboración del material, como si algunos o varios de los involucrados no conocieran bien, ni siquiera admiraran su fuente inspiradora; o incluso supieran poco o ni gustaran de la ópera. Lo que se expone tiene el aspecto de una chiquillada. Bosqueja un cuento muy precario en el Chile de hoy sobre una niñita agonizando en un hospital. Ella en su delirio final (cosa que se revela a último minuto) sueña que es Pamina, hija de una reina, la acosa un hombre de brazos cortos (encarnado por una actriz) y se casa con Tamino (también una mujer). Podría tomarse por un
thriller si no fuera tan confuso, mientras la música con su registro del todo dispar hace cortocircuito con ese tono. Eso está lejos de la historia, sentido, encanto y magia originales, y no resulta ni gracioso ni entretenido. Hubiera sido preferible ni referirse a Mozart.
Por lo demás, las letras de las canciones no colaboran a que el relato avance (Mozart en verdad no escribió una ópera, sino un ‘songspiel', ‘teatro cantado' muy popular en su tiempo). Los seis jóvenes actores parecen no entender bien lo que hacen, pero cumplen; como se suele oír castellano con fuerte acento germano, hay que recurrir a los subtítulos en inglés para comprender el diálogo. En tanto, la robusta actriz protagónica se hace insoportable hablando todo el rato como niña chica. Como saludo a la bandera de la ópera, en un pasaje a pito de nada se escucha a María Callas cantando una famosa aria de “Gianni Schicchi”, de Puccini (¿?).
Matucana 100. Hoy, a las 19:00 horas.