El islandés Arnaldur Indridason (1961) pertenece a la generación de escritores nórdicos —Stieg y Asa Larsson, Karin Fossum, Adler Olsen, Nesbo, por citar a los más conocidos— que ha revolucionado íntegramente el género policial. Con ellos se acabaron los palacios y casas de campo, los ambientes refinados, los centros de la alta política, la gente encumbrada, el tono intelectual; en fin, todo eso que hacía de la lectura de historias de crímenes un pasatiempo para entretenerse un rato y, a la postre, tranquilizador. En cambio, ahora tenemos una demolición frontal del Estado de bienestar, una maraña de corrupción que afecta a todas las clases sociales, un andamiaje de tráfico de influencias y un cuestionamiento radical del sistema judicial y de los agentes auxiliares de ella, léase los investigadores a cargo de pesquisas sobre delitos de alta complejidad.
Bettý es la última novela de Indridason y la primera en que prescinde del equipo a cargo del comisario Erlendur Sveinsson. Narrada en primera persona por quien, muy avanzado el libro, sabremos que es mujer y su nombre es Sara, nos enteramos gradualmente de su odisea: se encuentra en prisión preventiva acusada del asesinato de Tomás, un armador multimillonario y pareja de Bettý, quien, a su vez, resulta ser amante de Sara.
La trama se desarrolla en dos planos: la cárcel y la empresa pesquera de Tomás, donde Sara entra a trabajar como ingeniera, haciéndose indispensable en los negocios de su empleador. Quien logra que ingrese a esa firma es Bettý. Como ya lo dijimos, es necesario que pasemos más allá de la mitad del volumen para que nos demos cuenta de que la relación entre Sara y Bettý es de naturaleza lésbica. Sara proviene de sectores medios y aun cuando su padre respeta su orientación sexual e incluso la quiere más por ello, la madre y el hermano la odian y consideran que esto es una abominación. De Bettý nada sabemos y solo en los capítulos finales tendremos una idea acerca de su biografía, que, por cierto, de santa no tiene nada. Sí conocemos desde el inicio que es bellísima, inteligentísima, irresistible y que al igual que Tomás, su vida entera está centrada en el dinero hasta el punto de convertirse en una obsesión de ribetes paranoicos. El vínculo con Bettý se enreda hasta alcanzar niveles laberínticos en el secretismo, la ocultación de hechos básicos que dejan a Sara en las nubes y la sofisticada manipulación que la incomprensible protagonista ejerce sobre ella.
Mientras se halla privada de libertad, Sara es sometida a un interrogatorio tras otro por psicólogos, psiquiatras, uniformados, funcionarios de tribunales y toda clase de especialistas que poco ayudan para la comprensión de su caso y que se prestan alegre e irresponsablemente para un gigantesco engaño, una colosal iniquidad. También es visitada por su abogado, el cual, tal como acontece con el resto, da palos de ciego y no entiende cosa alguna de lo que ha ocurrido. Por más que la acción de
Bettý se acelere cada vez más y aunque sigamos con angustia creciente el complot para destruir a Sara, las partes que transcurren en el interior de la penitenciaría son las más intensas, las más terribles y las más desgarradoras. En forma oblicua y luego con un ritmo trepidante, violento, implacable, asistimos a la total desintegración de un ser humano por aquellos que se supone que existen para protegernos, por fuerzas que se mueven en las sombras y por homicidas enfermos, cuyo único fin es enriquecerse, para lo cual es indispensable que Sara sea condenada. Que su inocencia resulte evidente da lo mismo frente a esta maquinaria montada para liquidarla.
Tal vez Indridason, para quien las medias tintas no valen, exagere la nota en cuanto a construir un relato tan sombrío en el que nadie se salva y todos compiten en maldad, crueldad, ensañamiento y cinismo. Tal vez
Bettý sea una crónica extremada, en la que ni una luz de esperanza cabe para las víctimas, que solo pueden limitarse a patalear y alegar en vano su falta de culpabilidad. Y sobre todo, puede parecer un tanto desmesurado que la totalidad de la administración de justicia quede por los suelos, que nadie sea capaz de ver, con un mínimo de compasión y perspicacia, las dolorosas tribulaciones de una ciudadana que cometió graves errores, si bien está lejos de ser una asesina; en suma, que todos estén acordes en sentenciar a alguien que no delinquió, en tanto los verdaderos responsables se pasean por las calles.
En última instancia,
Bettý es una intriga sobre monstruos, pues solo los monstruos pueden comportarse como lo hacen aquí.