Los concursos bien organizados, además de atraer participantes, se vuelven un caudal de nombres nuevos, no pocas veces de futuro muy promisorio. En este mes de enero, luego de un comprensible retraso, se presentan los frutos del esperado certamen anual Artespacio Joven Itaú. Así, en la propia galería encontramos una selección de 49 participantes y los premios concedidos. Primero llama la atención ahí, junto con la casi totalidad de nombres desconocidos, el variado repertorio de intermediarios: bordados sobre todo, fotografía digital, video, gráfica, pervivencias geométricas, testimonios vegetales, objetos, esculturas. Precisamente, una conjunción con estos dos últimos en forma de instalación mural permitió a Fernanda López alcanzar el máximo galardón. Sin embargo, nos parece que todo trabajo en el ámbito de las artes visuales debe siempre explicitarse por sí mismo, sin necesidades de aclaraciones del autor. Eso no sucede, por desgracia, en el caso de esta obra bastante críptica. Es que no se logra entender cuál es el concepto fundamental que la rige, unificando la deconstrucción de un instrumento musical, los frascos ambarinos, los tres cuadernos negros que contienen imágenes de una especie de ritual o, acaso, de una acción de arte ejecutado en una zona boscosa y el video que los registra.
El segundo y el tercer premio sí se defienden bien. La capa de Consuelo Walker constituye un verdadero e inquietante bordado, en el que redondas cabezas púrpuras de alfiler definen un lado, mientras largas y afiladas puntas plateadas conforman el otro. En ella, la belleza formal y la agresividad expresiva se dan la mano. La intervención gráfica de Andrés Parra, entre tanto, manipula textos e imágenes destilando una ironía muy de la idiosincrasia nuestra. Por otra parte, dos amplias creaciones que se limitan a blancos, grises y negros se sitúan entre las conquistas más valiosas del conjunto o, quizá, hasta aglutinan su cumbre. De ese modo, la refinada e imaginativa fotografía digital de Andrea Breinbauer, a través del manejo certero de la luz, anima una escenificación plena en sugerencias. Enseguida, el prestigioso nombre de Isidora Villarino cumple, una vez más, con plenitud; se trata de un par de dibujos estupendos, ahora protagonizados por el deterioro de muros viejos.
Si en Raisa Bosich la limpieza y el rigor de una geometría, utilizada con fino cromatismo y transfiguradora fantasía, presiden su relieve, en el mural de Rodrigo Arteaga, individualizado como especie de muestrario botánico, late una hermosura lírica coincidente, aunque en otra escala, con la producción última de R. Steeger. Dentro de los bordadores, Paula Huenchumil y Martín Eluchans, por entero distintos entre sí, aportan verbas de personalidad indudable. La primera sabe conjugar delicadeza de materiales y procedimiento de una temática violenta: puntadas exquisitas representan las ferocidades del momento actual. El tríptico con billetes internacionales y los hilados poderosos de Eluchans aluden con perspicaz ironía también a hechos actuales.
Respecto del video de doble imagen de Samuel Domínguez, un cigarrillo encendido resulta apto para ser el actor principal, envuelto por un verdoso escenario enigmático. Más convencional, Constanza Coo ha construido una suerte de ara de blancas hojas de papel recortado entre vidrios, mientras un carcomido leño no solo sirve de soporte, sino que además desempeña un rol capital. En lo que respecta a la escultura, otrora participante fundamental de los concursos, dos artistas logran representarla bien aquí. Cada uno entrega un mundo diferente. Así, Mario Cavieres distribuye un sinnúmero de terriblemente aisladas figuritas humanas, realistas y doradas, dentro de las celdas de una verdadera colmena residencial. De ese modo, a través de estas miniaturas nos transmite la angustiosa soledad del aislamiento. Por su parte, dentro de la abstracción volumétrica habitual, Javiera Riquelme consigue refrescarla mediante un diálogo formal entre un enrollado textil blanco y el brillo propio de la madera pulida y clara. Por el contrario, dentro del conjunto, la pintura emerge en una situación desmedrada. Quizá nada más que la mención honrosa adjudicada a Mariana Arellano y su buena factura son dignas de recordarse. En su díptico, la figura de la llama al óleo halla su equilibrio con un objeto negro —poco explicable para el observador—; no obstante, aporta este un curioso efecto táctil que enriquece el cuadro.
5° Concurso Artespacio Joven Itaú
Casi 50 seleccionados y varios aciertos interesantes
Lugar: Galería Artespacio
Fecha: hasta el 6 de marzo