¿Habrá lata como oír a esos majaderos que narran peripecias de sus viajes para exhibir ese estoicismo que su consumada modestia oculta demasiado bien, para su gusto? Y para exhibir, de paso, sus doblones, que les permiten desplazarse por el planeta como quien no quiere la cosa.
Por poco que se les dé la oportunidad, no falta uno que, con el cóctel, se larga. Y siguen los demás: “Lo que es yo, cuando estuve en San Petersburgo...”. “La Venecia del norte”, acota otro, para parecer doblemente viajado. “Pero tú no sabes lo que me pasó en el aeropuerto de Frankfurt” (No. Ni me interesa; que te trague la tierra, antipática. “¿Maní?”).
En llegando a la descripción de comidas, viene ese aire de quienes ya están hartos de La Tour d'Argent y de Bocuse, y prefieren irse allá, por la entrada de Poitiers, viniendo de Angoulême, “ahí, pues, al lado derecho”. “Una omelette y un vaso de vino”. Tanta sencillez, tanto colmo. “¿Te acuerdas, lindo, de esa viejita de ojitos azules y pelito blanco —así son todas las viejitas ideales de estos cuentos ideales— que nos vendió una botella de su propia cosecha? A orillas del Loira. Es tan seco que le llaman
‘coup-de-fusil', en unas cuevas naturales que se han formado ahí. Y lo tomamos en el mismo auto”. Otra salta; ve que ha llegado el momento de llevar el agua a su molino: “Ay, me pidieron que decorara la ‘cuea' de Belén este año para la Fundación Tu Tía”. Desentona. Tendrá que esperar otro cuarto de hora para hablar de sí misma. Desubicá. Todos contando viajes, y ella, dale.
Algunos se atoran de risa con la confusión de los cambios de moneda. El euro. “¿Más Chardonnay?”. “Es que no te puedes imaginar lo cara que se puso Italia con el euro”. Todos, todos terminan hablando de viajes. Por horas. Placer supremo, hipérboles, megatones. Como quien no quiere la cosa. Así ha de ser, y con tono como de quien viene llegando de “aquicito, no más”, aunque sea Tailandia (lugar ideal para “epatar”, por lo caro y lo lejos). Si se viene de un congreso, mejor que mejor.
Lo que sigue lo comió no sé qué gaznápiro en un restorán cerca de la “House of Commonns”. Locket's, dijo que se llamaba. Rico, aun considerando la lata padecida para conocer la descripción.
Locket's savoury
Tueste 8 rebanadas delgadas de pan de molde, sin bordes. Enmantequíllelas, póngalas en fuente para horno. Distribuya encima hartos berros frescos, con pocos tallos. Sobre estos, una capa de rebanadas delgadas de peras Winter Nelly, peladas. Cubra todo con láminas delgadas de queso Cheddar maduro, de sabor intenso. Hornee hasta que el queso comience a derretirse. No hornee demasiado, o los berros se ajarán en exceso. Espolvoree abundante pimienta negra recién rallada. Sirva. Allá acompañará un buen Oporto, al final de la comida. Aquí, un buen aperitivo.