¿Cómo se filma una comedia sobre el nazismo? ¿Es posible hacerlo? ¿Hay alguna forma humorística de imitar a Hitler, como hicieron
Ser o no ser y
El gran dictador? ¿Se puede hacer risa de sus excentricidades monstruosas, como en la rusa
¡Gitler Kaput!? ¿Y es posible hacer algo liviano del Holocausto como, por ejemplo,
La vida es bella?
La respuesta del cineasta maorí-judío Taika Waititi (lanzado a las grandes ligas por el exitazo de
Thor: Ragnarok) se sitúa en el mundo que más le interesa: el de los niños.
Johannes “Jojo” Betzler (Roman Griffin Davies), de 10 años, se prepara para entrar en la Jungvolk y jurar lealtad al líder de la Alemania nazi. El niño ensaya con su amigo imaginario, el mismísimo Hitler (Taika Waititi), un Führer ridículo y pretencioso que espera que la juventud alemana se forme para obedecer a su voluntad. En el fin de semana de capacitación de la Hitlerjugend, el niño se niega a desnucar a un conejo y entonces le cae del apodo de Rabbit, Jojo Rabbit.
En la instrucción le enseñan a luchar para la guerra, manejar su puñal, quemar libros y, sobre todo, entender que los judíos son, además de una raza inferior, unos demonios que se infiltran en todas partes, viven en las profundidades y dañan al pueblo alemán. Todo esto está filmado con el aire de una parodia desatada: son ridículos los entrenadores, estúpidos los ejercicios y pueriles los discursos.
El caso es que Jojo cree ser un niño nazi. Su madre Rosie (Scarlett Johansson) se lo ha permitido como una forma de mantenerlo lejos de los peligros políticos: en verdad, ella es miembro de la resistencia y esconde en su casa a una niña judía, Elsa (Thomasin McKenzie), que pone en crisis lo que Jojo ha aprendido acerca de los judíos.
Todo esto ocurre en un momento histórico —probablemente 1944 y 1945— donde lo que se aproxima no es el triunfo del imperio milenario de los nazis, sino su derrota con el desangramiento de Alemania. Jojo vive, sin saberlo, en el filo de un abismo.
Consciente de los riesgos del material, Waititi ha promovido esta película como “una parodia antiodio” y probablemente diría, como Lubitsch a propósito de
Ser o no ser, que “he satirizado a los nazis y su ridícula ideología”, no a la tragedia que sacudió al mundo. Es una explicación perfectamente legítima, aunque cada quien tendrá que decidir “si la tragedia es hermanable con la sátira”.
Waititi tiene imaginación visual y sus farsas pantomímicas —mezcla de exceso rabelesiano con furor adolescente— son eficaces para mostrar el drama de la educación de un niño en las condiciones más adversas del mundo, y cómo lo hace para desprenderse de las monsergas y mentiras que lo circundan. El verdadero tema de la película es que para traspasar la línea del mal, la parodia debe derrumbarse por dentro, en la propia conciencia del niño. Es una idea amarga, pero intensamente contemporánea.
JOJO RABBIT
Dirección: Taika Waititi.
Con: Roman Griffin Davies, Scarlett Johansson, Thomasin McKenzie, Taika Waititi.
108 minutos.