Santiago a Mil repone —y en el flamante Teatro del Instituto Nacional, otro incentivo para ir— “Paloma ausente”, del notable colectivo La Patogallina, que tuvo una gira nacional y no ha dejado de darse tras su estreno en 2017 por su vehemencia e interés. Martín Erazo, su director y líder del grupo, lo concibió en su origen como espectáculo de calle (“una óbrica callejérica para las másicas”, rezaba el subtítulo parafraseando a Violeta Parra), pero luego derivó a escenarios de sala y en ese entorno con el tiempo expandió su enfoque y duración.
Hoy, con 23 años en actividad, La Patogallina pone el rigor e inventiva de su lenguaje escénico —que es teatro físico y visual sin palabras complementado por potente música rock en vivo— al servicio de homenajear a Violeta Parra, reconocida como una de las más grandes mujeres creadoras del país. La vital y abigarrada sucesión de escenas, visiones y sonoridades que construye a partir del gesto, manipulación a la vista de muñecos y otros variados recursos, genera una poética teatral que por un lado evoca momentos de su vida, pero más que nada busca expresar su impetuosa pasión por crear, el tozudo empecinamiento con que buscó concretar sus proyectos, y su carácter luchador y belicoso.
Libremente, el relato va desde los recuerdos de infancia, con una Violeta niña representada por una marioneta; a la adultez recorriendo Chile como investigadora, y luego como cantante o compositora. Parte importante se centra en la poco conocida y abortada creación de su ballet “El gavilán”, del cual hay escasos antecedentes. Hay pasajes de la artista reunida con cantores campesinos, otros con su hermano Nicanor, reproducción de grabaciones de archivo, ilustración escénica de algún tema suyo (“La cueca de los poetas”) y mucho más; incluyendo —acorde con el fuerte compromiso político de La Patogallina— una mención al actual estallido social que luce forzada.
En los 75 minutos que dura, los 10 ejecutantes se multiplican animando innumerables personajes, animales de corral, pájaros, muñecos y objetos, en tanto hace entrar y salir trastos rodantes en un despliegue de movimiento escénico que impresiona por su complejidad y exactitud. En su diseño, la escenografía alude de varias formas la idea de una guitarra rota, y la musicalización funde la energía del rock con ritmos folclóricos.
La variedad de signos y la vigorosa ejecución hacen que el interés no decaiga. Sin embargo, se debe admitir que la agitada estructura tiende a perder su eje saltando súbitamente atrás y adelante en el tiempo, y de un motivo a otro. De tan rápidas y urgentes, las imágenes y acciones suelen volverse algo confusas. A veces se empieza a entender lo que vemos y ya se pasa a otra cosa. En un instante pareciera que hay varias Violetas en escena para representar su multifacética personalidad. Ello oculta que la creadora enfocó su talento en la belleza y profundidad de lo simple. La vibración poética de la entrega está ahí, pero también es cierto que algunos de sus pasajes e imágenes resultan más rotundos que el total.
Centro de Extensión Instituto Nacional. Hoy, a las 19:00 horas.