Después del receso más largo y de los errores administrativos más inexplicables de su historia, la principal misión del fútbol chileno es recuperar su credibilidad y demostrar capacidad de gestión y liderazgo. Una industria que se evidenció ineficiente, torpe y fundamentalmente vulnerable ante la crisis, tiene la obligación de reiniciar sus actividades entregando señales claras de su evolución.
Resulta extraño que en ese contexto existan dirigentes que sigan exigiendo pruebas de deportividad, cuando hace algunas semanas quedó en claro que —en el afán de salvar los muebles— estuvieron dispuestos a tirarlo todo por la ventana. El debate sobre la incorporación de los refuerzos a los primeros partidos de la temporada, que pretenden poner orden mínimo en la casa, no puede analizarse desde la lógica reglamentaria, sino desde la urgencia de volver a atraer al público, de dar un espectáculo decente y, sobre todo, de convertir al torneo en un producto atractivo para la televisión, los auspiciadores y la hinchada.
Aclaremos que cuando hablamos de hinchada nos referimos a quienes quieren volver al fútbol para entretenerse o fidelizarse con una camiseta, y no a aquellos que hace rato instrumentalizaron las barras y los estadios como un ejercicio de beneficio propio, de rédito económico o de plataforma de poder. Detectar, controlar y neutralizar a esos grupos será tarea de los clubes y de los propios hinchas, porque está claro que la autoridad política y policial no puede hacerlo. Ni en el fútbol ni en el país.
Cada uno elegirá su nivel de optimismo o pesimismo, sobre todo considerando un marzo caliente para la actividad política y también futbolística. Pero es innegable que en el papel el torneo que se jugará entusiasma por la inversión realizada y porque el potencial de los planteles parece haberse incrementado, sobre todo en los equipos que tienen representación internacional.
Como era previsible, no hubo muchas grúas interesadas en el interrumpido torneo local, y la gestión de los encargados de potenciar los planteles fue exitosa, aunque, claro, aún falta saber si lo que en la teoría suena bonito será plasmado adecuadamente por los técnicos. Basta recordar nada más la experiencia de la U rejuveneciendo su plantel el año pasado.
Si la lucha deportiva asoma interesante, ya es algo que permite amortiguar los efectos de los Consejos de Presidentes, que se han convertido en una maquinaria perfecta para producir estragos que luego deben resolverse a la carrera. Ojalá la cancha nos aleje de la cobertura directiva, pero, otra vez, ha quedado claro que el principal de los males de nuestro fútbol es la falta de visión y cordura de quienes fijan las normas.
Y aún así, el fútbol sobrevive.