En este mundo globalizado, nada de lo que ocurre en un lugar es un fenómeno original, aislado o excepcional, pero sí cada uno tiene características propias. Los “pingüinos” de 2006; la Primavera Árabe de 2010-2013; los “Occupy Wall Street” y los “Indignados” de España, de 2011; los “chalecos amarrillos” en Francia, en 2018 y 2019; los hongkoneses desde 2014, y los libaneses, el año pasado, representan una diversidad de protestas, con demandas, tácticas (violentas o no) y resultados desiguales.
Se las ha calificado de rebeliones, revueltas, revoluciones o simplemente explosiones sociales. La convocatoria por las redes sociales pareciera ser lo único que comparten, pero igual se las trata de imitar. Tienen orígenes, motivos, estrategias y resultados con tantas diferencias como las que existen entre sus sociedades, sus sistemas políticos y sus economías.
Tres casos recientes me parecen reveladores: los de Francia, Líbano y Hong Kong. Lo llamativo del movimiento de los “chalecos” es que, a diferencia de revueltas sociales “espontáneas” anteriores en Francia, los protagonistas de 2018 no eran jóvenes marginales de los suburbios, sino franceses “comunes y corrientes” que se movilizaron contra ¡un impuesto verde! Fue menguando el entusiasmo y en noviembre pasado, cuando trataron de repetir la movilización original, lograron una magra convocatoria, con encapuchados violentos que tras ser reprimidos fueron eclipsados por las protestas sindicales contra las pensiones.
Líbano es un caso de explosión social que no se asemeja a otras revueltas del Medio Oriente. Surgido del malestar por una crisis económica profunda y de larga data, el movimiento ciudadano rompió las líneas sectarias religiosas, que dividen históricamente al país, y adoptó a propósito una estrategia pacífica para dejar atrás los recuerdos de las devastadoras guerras civiles. El hartazgo con la corrupción y la ineptitud de los políticos ha hecho que los libaneses prefieran a los tecnócratas. El nuevo Primer Ministro, un profesor de la Universidad Americana de Beirut, ha prometido un gabinete de expertos que, quizás, pueda lidiar con una economía en ruinas, que tiene al 37% de los jóvenes sin empleo, la infraestructura devastada, sin suministro de agua ni electricidad confiables, que ha debido acoger a más de un millón de refugiados sirios. Triunfo de una protesta pacífica en un régimen parlamentario.
Lo de Hong Kong es un movimiento en defensa de la sociedad capitalista, liberal (no sé si se le puede llamar neoliberalismo a lo que impera en la excolonia, pero es algo muy cercano a eso), por más democracia (quieren sufragio universal para todos los cargos) y en contra de la intervención de China y la imposición de las normas del régimen comunista. Sin embargo, la protesta con violencia y destrucción le quita fuerza a la legitimidad de estas demandas.