Desde “J. Edgar” (2011) en adelante, las últimas siete películas de Clint Eastwood se han basado en casos reales, y de ellas, al menos cuatro han sido específicamente sobre casos recientes, mediáticos, protagonizados por estadounidenses que, enfrentados a situaciones extremas, se comportan de manera excepcional. Puesto de otra manera, cumplido los 80 años, cuando sus compañeros de generación están preocupados de gozar de su soleado retiro, Eastwood decide comenzar a retratar a héroes americanos contemporáneos, la mayor parte de ellos incomprendidos.
Ahora, si los resultados hubieran sido gruesos o derechamente kitsch, posiblemente no estaríamos más que recordando aquellos días en que Eastwood sí dominaba lo que ponía frente a las cámaras. Sin embargo, el hoy casi nonagenario director aún no pierde el pulso. “Richard Jewell” quizá no esté entre sus películas más memorables, pero ciertamente merece mirarse con atención.
La cinta, como su título anuncia, da cuenta de la historia de Jewell (Paul Walter Hauser), un guardia privado que, en medio de las Olimpiadas de Atlanta 1996, halló una bomba en un parque durante un recital. Y aunque su acción ayudó a limitar el número de víctimas, el FBI y la prensa más tarde lo convirtieron en el principal sospechoso del atentado.
La película realiza un exquisito trabajo en el retrato de los involucrados en el caso. Es cierto que es poco generosa con quienes encarnan al FBI y a la prensa, dos instituciones que rara vez han estado cerca del corazón de Eastwood, pero con Jewell, su madre Bobi (Kathy Bates) y su abogado, Watson Bryant (Sam Rockwell), dibuja personajes complejos, ricos en matices y extremadamente vívidos, pese a no tratarse de personas simpáticas, brillantes ni especialmente carismáticas. Todo lo contrario. Jewell es un gordo lento en movimientos y en expresarse, que a los 33 años continúa viviendo con su madre mientras sueña con convertirse en un policía, pese a los múltiples rechazos que han recibido sus postulaciones. Su madre es una mujer de esfuerzo, algo resignada a su edad, que solo parece tener ojos solo para su hijo. Bryant, en tanto, es un abogado corto de clientes, posiblemente debido a un carácter impetuoso, franco e insolente, con algunos problemas para someterse a la autoridad. Ahora, Eastwood convierte a estos personajes sin lustre ni éxito, en seres no sólo queribles, sino también indispuestos a conformarse en el papel de víctimas. Lejos de encarnar el carácter heroico, sin embargo, hacen de tripa corazón para defenderse de un ataque a todas luces injusto. Como en otras películas del director, “Richard Jewell” es la fábula de un individuo en conflicto con una burocracia o un sistema que actúa cobardemente. El perfecto reflejo de sistema está en la masa de periodistas anclados permanentemente fuera del edificio de los Jewell, tan deshumanizada como los agentes del FBI que llegan a registrar su hogar.
La cinta posiblemente falla cuando recurre a efectos que traicionan sus pulcras y secas opciones cinematográficas, habituales en Eastwood. Así asistimos a algunos flashbacks, a un sueño y a ciertos montajes paralelos algo cuestionables. Es como si el director, por momentos, estuviera más preocupado de lo necesario en que el espectador no se pierda ni en la historia ni en su moral. Quizá por las mismas razones, los antagonistas resultan tan abiertamente antipáticos, lo que termina por convertirse en una oportunidad perdida para comprender mejor los mecanismos de la prensa o de la investigación criminal. Uno puede intuir que detrás de la errada persecución de Jewell hubo más que solo ambiciones personales, más que solo prejuicios contra el gordo loser que Jewell representaba. En ese terreno, la cinta podría haber hecho un mejor esfuerzo. En el otro, al interior del grupo de los Jewell, la cinta es todo lo robusta que uno espera del incombustible Eastwood.
El caso de Richard Jewell
Dirigida por Clint Eastwood.
Con Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Olivia Wilde y Kathy Bates.
131 minutos, Estados Unidos, 2019.
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