El colgajo, de Philippe Lançon (1963) ha recibido, junto a una unánime aclamación crítica, casi todos los premios importantes que se dan en Francia. Sin embargo, no es una novela agradable de leer o, para decirlo de otro modo, resulta abrumadora, opresiva, atosigante, rasgos que no son defectos en la prosa de Lançon, sino consecuencias de la terrible experiencia que sufrió y que, pasados cuatro años, se decidió a contar en un libro que es mezcla de testimonio, reportaje, literatura, periodismo de primera clase y otros recursos que ha tenido a la mano el autor galo. Además, constituye un documento que expone, sin los vaivenes del pensamiento políticamente correcto, la hipocresía del mundo de hoy, la completa pérdida del sentido del humor, el sinsentido de la política, la cobardía de los medios de comunicación, las falsedades que afectan tanto a la derecha como a la izquierda; en suma, la confusión que reina en su sociedad y, por extensión, en el resto de las naciones llamadas civilizadas.
El 7 de enero de 2015, dos extremistas islámicos, premunidos de armas largas, asaltaron el semanario “Charlie Hebdo”, provocando una masacre y dejando a unos pocos sobrevivientes. Uno de ellos es Philippe Lançon, quien expone con minuciosidad cómo fue el ataque —sin ahorrar desmembramientos, derrames de masa encefálica, ríos de sangre, etc.— y en qué calidad quedó él, al convertirse en superviviente de esta atrocidad. No obstante, estas son las primeras páginas de
El colgajo, pues lo que sigue es quizá peor que lo anterior.
Prácticamente la totalidad de
El colgajo se ocupa del tratamiento médico que recibió Lançon, primero en el hospital de la Salpetriére y, más tarde, en los Inválidos. Ambos imponentes edificios fueron construidos por Luis XIV y, el segundo es, asimismo, un monumento histórico, que alberga la tumba de Napoleón y es visitado por miles de turistas; la mayoría de ellos ni sospechan que un ala del establecimiento continúa siendo un recinto asistencial, ya que el monarca Borbón quiso destinarlo para los heridos de guerra y, en la actualidad, sigue atendiendo a víctimas de graves crímenes colectivos, léase mutilados que caen bajo la metralla de fanáticos.
Es posible que nunca se haya escrito un texto parecido a
El colgajo. Extenso, escaso de diálogos, meticuloso hasta la exasperación, el tema central que desarrolla consiste en la veintena de operaciones a que fue sometido Lançon; en el eterno listado de remedios que se le suministraron; en los implantes e injertos que se le aplicaron; en las interconsultas médicas que motivaron su caso, y en mucho más: cánulas, apósitos, vendajes, distintos tipos de anestesia, catéteres, y suma y sigue. Este proceso, que tomó años y que aún sigue martirizando el cuerpo de Lançon, es, como se comprenderá, arduo para cualquier lector y, en muchas ocasiones, produce abatimiento.
Con todo, Lançon no es un paciente común y corriente, y de ahí deriva la atracción, incluso la fascinación que sentimos por este volumen. Jamás se queja de su suerte, su hermano y su familia son ejemplares y su círculo de amigos nunca lo abandona. Aun así, hay un elemento extra que hace de
El colgajo un título singular: la inmensa cultura del narrador. Mientras es trasladado de un quirófano a otro, siempre tiene a la mano música —sobre todo Bach—, pintura y, especialmente, pasajes de obras que lo han conmovido y que retornan a su mente. Tres de ellos se transforman en elementos recurrentes: la muerte de Coupeau en
La taberna, de Zola, la agonía del padre en
Los Thibault, de Martin du Gard, y el fallecimiento de la abuela de Proust en
El mundo de Guermantes. Este último capítulo lo acompañará en cada una de sus aventuras en manos del personal de la Salpetriére e incluso llega hasta el punto de esconder, entre las sábanas o bajo el colchón, el tomo proustiano.
La relación entre Proust y Lançon no es fruto de la casualidad, sino que de un amor que nació en la temprana juventud de Lançon por el genial creador de
En busca del tiempo perdido. De este modo, se dan la mano una serie novelesca de principios del siglo pasado, con una ficción basada en hechos reales recién publicada. Habría que añadir que
El colgajo, si bien en tono menor, sigue la técnica del maestro en cuanto al uso de la memoria inconsciente y el empleo de la asociación libre de ideas. Finalmente, las referencias no se agotan aquí, pues esta crónica principia y finaliza con la remembranza de Lançon de una representación de
Noche de Reyes, de Shakespeare, y lo que le queda de ella es la cita: “Nada de lo que es, es”.