Ya van casi 90 días desde el “estallido social”, y hemos podido leer diferentes estudios y encuestas sobre las “emociones” de los chilenos frente a lo que nos ha tocado vivir, y que muchos han calificado, con razón, como la principal crisis de los últimos treinta años. Las emociones que predominan son dos: incertidumbre y esperanza. Lo interesante es que no se trata de grupos distintos de chilenos. Cada uno de nosotros, en diferentes grados, siente esa mezcla de emociones en su corazón. Por un lado, las ganas de que todo lo que ha pasado sirva para que vivamos en un país mejor. Y, por otro, la incertidumbre respecto al trabajo, al orden público, al clima de respeto, y a enfrentar procesos como los que vienen este año.
Resultados ya ha habido muchos. Impensados antes del 18 de octubre. Entre los más importantes, un acuerdo político para decidir respecto a tener o no una nueva Constitución. Y diversas nuevas políticas públicas, como reajustes de pensiones, bonos, rebaja de pasajes para adultos mayores, ingreso mínimo garantizado y otras.
Pero quiero ir más al fondo. Lo que está detrás de todo esto es que los chilenos no queremos seguir viviendo en el mismo tipo de sociedad que hemos construido hasta ahora. Necesitamos un cambio del modelo de desarrollo.
Cuando se habla de redactar una nueva Constitución a partir de una “hoja en blanco”, en algunos predomina la emoción “incertidumbre”, pero nadie está diciendo que hay que partir de cero. La gran mayoría valora lo que hemos logrado, pero ya no es suficiente. Ya no basta con eso. Somos una sociedad de clase media que tiene expectativas muy distintas al Chile de comienzos de los noventa y la etapa que viene requiere no solo de una nueva Constitución, sino que también de un nuevo modelo de desarrollo económico y social. En otras palabras, el “traje” que llevábamos puesto ya no nos queda bien. Necesitamos uno nuevo.
Este modelo tendremos que construirlo entre todos. Tendrá elementos de Nueva Zelandia, como ha dicho el ministro Briones. En cuanto al rol del Estado y los beneficios sociales, aspiraremos a acercarnos más a Suecia u Holanda que a Estados Unidos. Debemos buscar un nuevo modelo chileno, propio de nuestra idiosincrasia, y teniendo en cuenta lo que hoy somos y el grado de desarrollo que poseemos.
¿Por dónde va la cosa? ¿Qué queremos realmente?
1 Queremos vivir todos en el mismo Chile: Parece obvio. Pero ya sabemos que no es así. Vivimos en Chiles distintos, separados por muros que nosotros mismos fuimos construyendo a través de políticas públicas que debimos cambiar mucho antes. Esos “muros de Berlín” ya cayeron. Lo que viene ahora es la reunificación de Chile. Cité en este diario al economista Jorge Quiroz y su referencia a la reunificación de Alemania. Con dos Alemanias, una mucho más desarrollada que la otra, Helmut Kohl propuso un plan, con inversiones masivas en obras de infraestructura en la ex Alemania Oriental y nuevas políticas sociales, que significaron más impuestos y un sacrificio mayor por parte de todos, especialmente los sectores de mayores ingresos. Cuando se habla de que debemos construir una “hoja de ruta” de aquí al 2030, de lo que se trata es justamente de esto. La tarea es diseñar la hoja de ruta de la reunificación. La hoja de ruta para que todos lleguemos a vivir en el mismo Chile.
2 El fin de la desigualdad horizontal: Muchas veces se hace mención a la desigualdad en su dimensión de las diferencias de ingresos. Pero una de las grandes fuentes del malestar es la que podríamos llamar “desigualdad horizontal”, que se refiere a cómo los chilenos somos tratados en diferentes momentos de nuestra vida. Cuando se trata de la educación, cuando se trata de la atención de salud o del barrio en que vivimos. La peor cara de los dos Chiles se manifiesta en estas diferencias. Cuando se habla de la “dignidad” en el trato, por ejemplo, estamos hablando de estas diferencias.
Las diversas políticas que el término gradual de estas desigualdades requiere va a significar sí o sí mayor eficiencia en el gasto público y una más alta carga tributaria, una vez superada la debilidad actual de la economía.
3 El plan 25/75: Nuestro premio Pritzker, el arquitecto Alejandro Aravena, ha definido a las ciudades como “concentraciones de oportunidades”. Las ciudades no son solamente agrupaciones de viviendas, sino que también representan el acceso o no a oportunidades de trabajo, de educación de calidad, de buenas atenciones de salud, de parques, plazas y actividades recreativas de buen nivel. Aquí hemos fallado totalmente. Hemos construido barrios llenos de oportunidades, y otros llenos de carencias. Según Aravena la gran pregunta respecto a las viviendas sociales no es ¿de qué tamaño son?, sino ¿dónde están? Y tiene toda la razón. En los países modernos las viviendas sociales, ya sea entregadas en propiedad o a través de la modalidad de “arriendo protegido”, no se construyen en barrios segregados. Incluso cada vez más se da que la exigencia para las nuevas construcciones es que un porcentaje de los departamentos de un mismo edificio, por ejemplo el 20%, corresponde a vivienda social.
El tema de fondo tiene que ver en gran parte con las diferencias de ingresos entre municipios. La solución no va por “quitarles los patines” a los municipios de altos ingresos. Va por ponerles patines a los otros, para que gradualmente puedan ir construyendo barrios de calidad y oportunidades equivalentes. Para esto hay que diseñar un camino que permita aumentar significativamente el porcentaje del gasto público que se decide y se ejecuta a nivel local; es decir, a través de los municipios. Hoy los municipios manejan solo el 8% del total del gasto público. A nivel de la OCDE el porcentaje que se gasta a nivel local es del tipo 25%. Transitar hacia un Chile en que los municipios decidan y ejecuten un porcentaje cada vez más alto del gasto público, acercándonos gradualmente a ese 25/75, permitirá tener una ciudad en que los habitantes de los distintos barrios tengan la plena capacidad de desarrollar sus talentos.
4 Abrir la élite: Los países modernos son los que han entendido que la integración y la inclusión generan riqueza. Hay un valor en la paridad hombre/mujer, hay un valor en la diversidad, hay un valor cuando diferentes experiencias de vida y distintas sensibilidades trabajan en equipo tras el logro de una causa común. Daniel Matamala, en su libro “La ciudad de la furia”, es quizás uno de los que más han dado en el clavo en estos temas. Es verdad que cuesta democratizar la toma de decisiones en un país que clasifica a las personas por el colegio en que estudiaron o el barrio en que viven. El club cerrado le hace daño a Chile. Nos limita. Nos pone techo al impedir que todos los talentos puedan ser aprovechados al máximo. Se nota en los directorios de las empresas, en la conformación de los gabinetes ministeriales, y en tantas cosas. En gran parte tiene que ver con restricciones mentales que nos autoimponemos y con grupos que no quieren perder sus privilegios. Eso tiene que cambiar ya.
5 Transformarnos en una economía “compleja”: En un Chile con una clase media cada vez más grande, y con jóvenes que tienen mucho más acceso a la educación superior, necesitamos pagar sueldos más altos. Pero esto no puede ser solo un esfuerzo del Estado a través de la política social. Eso no da. Necesitamos una economía que por sí misma sea capaz de generar empleos de mejor calidad y sueldos más altos. Y esto va a significar una transformación estructural. Pasar de la exportación de materias primas y sus derivados, a una economía más “compleja”, en que entremos en nuevos sectores productivos más ligados a la innovación y a la exportación de conocimiento. Quien más ha insistido en esto es César Hidalgo, físico chileno que trabajó en el MIT. Ha mostrado que lo relevante no es solo el ingreso per cápita de un país, sino que además es la complejidad de su sistema productivo lo que permite pagar mejores sueldos y reducir la desigualdad. Y para lograrlo no podemos confiar únicamente en el mercado, sino que también se requiere de impulsos del Estado y asociaciones público-privadas.
6 Construir “state capacity”: Este es un concepto que se viene usando cada vez más y que se refiere a la capacidad del Estado para adoptar e implementar efectiva y eficientemente sus decisiones. Aquí estamos muy mal. Y afecta la vida diaria de los chilenos en ámbitos tan diversos y distintos como, por ejemplo, la salud pública y la seguridad. O la mantención del orden, como en caso de la PSU. Aquí cito al Presidente Lagos: “Esta no es una crisis del Gobierno, es una crisis del Estado de Chile”.
Para terminar, cada uno de estos temas da para mucho. Tenemos que encontrar juntos el verdadero “modelo chileno”. Soy optimista. De nosotros depende que la mayor crisis desde la vuelta de la democracia sea recordada en el futuro como el gran punto de inflexión en que Chile cambió para ser un mucho mejor país. No será fácil. Pero si lo hacemos bien la esperanza derrotará por lejos al temor.