Juan Cárdenas, colombiano, ha publicado la mayor parte de sus libros en la editorial española Periférica, y cuesta acceder a ellos; por eso es una gran noticia esta edición chilena de su más reciente novela, que se adentra en ese territorio vago, difuso, pero tan concreto a la vez, de la provincia. En su caso no se trata de esos rincones pintorescos y temibles en donde todos se conocen y los odios se cuecen a fuego lento; no, su provincia, la de la ciudad enana (no hay nombres propios en el relato, ni de personajes ni de lugares), es aspiracional, celebra los nuevos condominios (urbanizaciones se llaman allá) y —signo clave de modernidad— la construcción de un mall. A esa ciudad vuelve el protagonista, un biólogo que estudió y trabajó en otra ciudad sin nombre durante quince años, marcado por el fracaso laboral y amoroso, pero en eso él advierte una señal de identidad: “Yo soy esa forma de caer, yo soy básicamente ese modo de dejarse ir”. El biólogo comienza a adaptarse a ese tiempo más lento y pausado en la casa nueva de su madre, donde no encuentra un lugar en el que sentirse a gusto. A partir de la profesión del protagonista, la novela juega con el paisaje que rodea a la ciudad enana, el del monocultivo de caña de azúcar y de distintos tipos de palmas, y aquello, que parece una línea más bien tangencial, se torna en lo medular.
En
El diablo de las provincias hay varios misterios que no se resuelven. Están las adolescentes embarazadas en el internado que le ofrece trabajo al biólogo. El destino de la guagua que tiene una de ellas en el auto del profesor. Quién asesinó al hermano del biólogo, el favorito de su madre, quien afirma, por ello, que la vida es cruel, muy cruel. Y cuando parece que la trama se va hacia alguna parte —los antiguos amores, la respuesta a alguna de las preguntas—, el lector advierte que la novela nunca perdió ni el pulso ni el ritmo, que todo estaba dispuesto para que el biólogo tuviera que escuchar el cuento del machete. El estilo fluido y musical de Cárdenas se expresa sobre todo cuando el narrador le cede la palabra a los personajes, cuando el biólogo reflexiona sobre la lengua del díler que se ha convertido en su amigo o relata el encuentro crucial del protagonista con un viejo que habla a través de historias. En ese encuentro se asoma con enorme fuerza todo aquello que está contenido por las apariencias, la vida subterránea de un país lista para aflorar en cualquier momento, en cualquier lugar, hasta en la ciudad enana.
Juan Cárdenas
Coedición Montacerdos/Banda Propia, Santiago, 2019.
142 páginas