Es penoso que se haya anunciado el término de la Prueba nacional de Selección Universitaria de este modo y como una reacción ante las anomalías que se verificaron durante la rendición de su última versión. Hace poco tiempo, una ley trasladó desde el Demre (el organismo técnico, altamente calificado, que diseña las pruebas, dependiente de la Universidad de Chile) y el Consejo de Rectores al Ministerio de Educación el diseño y aplicación de la prueba, pero no señaló que será una “nueva prueba”.
El Consejo de Rectores se despide mal de este proceso: fue incapaz de proceder a una reforma profunda de ese instrumento o su reemplazo de manera oportuna, y manejó esta crisis con lentitud y cautela excesivas como para pasar raspando el examen nada más. Las críticas han sido estudiadas desde hace más de una década y espero que esta sea la oportunidad de empezar un cambio sustantivo en la educación, ya que, “así como evalúas, así enseñas”. La PSU no solo replica las iniquidades sociales, sino que, sobre todo, marca los contenidos y la metodología de la educación media, al menos, la cual se alinea orientada hacia ella. Por lo mismo, es una herramienta que, por su capacidad de influir en nuestra cultura, debería ser discutida con amplia participación institucionalizada.
Entre las noticias que produjo la turbulenta PSU 2019 me atrajo el titular de un diario que daba cuenta del malestar de algunos alumnos que rindieron la prueba de Lenguaje, por la complicación de las preguntas. A la prueba de Lenguaje, lo confieso, le tengo especial ojeriza, porque corona espléndidamente la pésima enseñanza de la literatura en nuestras escuelas y acaso sea, como dije, una de sus causas. La noticia confirma casi cómicamente este juicio. El último capítulo de la prueba mide habilidades que suelen llamarse de “comprensión de lectura”, para lo cual se interroga a los alumnos sobre ciertos textos. Uno de los seleccionados para este año es un brevísimo cuento de Franz Kafka, titulado “Una confusión cotidiana”. Se trata de una selección exquisita y acertada. No lo había leído y lo recomiendo a todos ustedes, lectores. Es simplemente genial. Toda su obra está implícita allí y buena parte de la literatura contemporánea. Simpatizo con la perplejidad de los alumnos. Las preguntas formuladas, además, saltan como desmesuradamente inapropiadas, como si las hubiese diseñado un loco chistoso o un imbécil ilustrado. Es perentorio que cesen estas necedades que dañan, porque esta errada forma de evaluar (que involucra un largo extravío) subraya como importantes aspectos del texto que no lo son; plantean el “análisis” y “cierto tipo de análisis” como única relación posible de un lector y una obra, y, lo peor, oscurecen, quizás de modo irreversible, la maravilla que es el encuentro auténtico del alma con una gran obra literaria.