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Editorial
Viernes 10 de enero de 2020
Redes sociales y violencia
Estudios como este evidencian la necesidad de desarrollar una mayor capacidad crítica en la exposición a estas tecnologías.
Un estudio de la consultora Conecta Media publicado en este diario puso en evidencia un aspecto hasta ahora poco atendido respecto del papel jugado por las redes sociales en la crisis desatada a partir del 18 de octubre. Mucho se ha hablado de cómo estas han servido como medio difusor y coordinador de manifestaciones, permitiendo que un movimiento sin liderazgos hubiera podido convocar marchas de una masividad inesperada y también, en muchos casos, actos de desafío a la legalidad y aun de violencia. Igualmente, su utilización para difundir noticias falsas ha sido objeto de amplia discusión. Menos, en cambio, se había reparado hasta ahora en el tipo de contenidos más consumidos durante el período y los efectos de su viralización.
Precisamente de aquello se hace cargo el estudio, el cual analiza lo publicado en Facebook por 70 medios de comunicación de todo tipo, desde medios establecidos y con trayectoria, hasta aquellos que, operando en el espacio virtual, se presentan como “alternativos”. El trabajo se focaliza en los contenidos asociados a conflictividad social y política, y en las reacciones que suscitan entre los usuarios, sean de aprobación (likes) o disgusto, además de comentarios. Como era esperable, el número de informaciones de este tipo se incrementó drásticamente a partir del 18 de octubre, pasando de representar, en promedio, el 25% de los posteos que generaban mayores interacciones, a ser el 90% durante las primeras seis semanas de crisis y bajando al 70% en diciembre.
Pero el estudio también muestra que ese incremento había empezado a producirse antes del llamado estallido social: si en septiembre el 32% de las publicaciones que lograron más reacciones respondían a esa característica, la semana previa al 18 de octubre la proporción fue del 47%. Luego, en los primeros días posteriores, ascendió al 86%. Con todo, el peak se produjo entre el 22 y el 28 de noviembre, cuando la cifra llegó al 95%, principalmente notas vinculadas a derechos humanos y denuncias de abuso policial.
No corresponde extraer conclusiones apresuradas de análisis como este, en cuanto a si ellos hubieran servido, por ejemplo, para anticipar los sucesos detonados el 18 de octubre. Lejos de tener una explicación unívoca, los fenómenos sociales obedecen a la interacción de múltiples causales en modos signados por la impredictibilidad. Sin embargo, y tal como lo han señalado expertos en opinión pública a propósito de la Encuesta Bicentenario, sí puede afirmarse que existían indicios de un cierto malestar latente y de una pérdida de la cohesión social que finalmente detonó del modo ya conocido.
Sin duda, el solo monitoreo de las redes sociales no podría haber advertido que la viralización de los llamados a evadir el pago en el metro acabaría con la quema de sus estaciones y la ola de violencia posterior, pero tal vez sí puede ayudar a comprender por qué la reacción ciudadana frente a dicha violencia ha sido menos rotunda de lo que cabría esperar. Resulta sugerente también que sean los jóvenes, quienes se conectan por más tiempo a las redes y en muchos casos las utilizan como su principal fuente de información, el sector que con mayor persistencia ha continuado jugando un papel protagónico en el movimiento. La propia dinámica de estas aplicaciones, caracterizada por la emocionalidad y la simplificación binaria de un “me gusta” o “no me gusta”, muestra una interesante correspondencia con los crecientes grados de polarización que hoy exhibe el país.
Lejos de justificar una —por lo demás inútil— demonización de las redes sociales y su uso, este tipo de análisis debe contribuir a una reflexión mayor respecto del relacionamiento con las nuevas tecnologías y el avance hacia una educación digital, que permita a las personas tener más clara conciencia —y por tanto, capacidad crítica— al momento de exponerse a ellas.