La última obra concebida, diseñada y puesta en escena por Philippe Quesne, uno de los creativos más elogiados de la escena francesa hoy por hoy, abrió este fin de semana la franja internacional de Santiago a Mil 2020. “Farm Fatale” —que debe ser su Opus 20 desde su debut en 2003, aparte de su labor como escenógrafo y
regisseur— es una coproducción del Centro Nacional de Teatro de Nanterre-Amandiers, el más grande de Francia, y el Kammerspiele de Munich, estrenada en marzo pasado. Quesne (49, formado inicialmente en artes plásticas y decorativas) muestra aquí por primera vez su exuberante talento visual para imaginar en escena mundos impensados, y además de este título en los próximos días presentará otro, “La parada de los topos”, de 2016, en comunas de la Región Metropolitana y Valparaíso.
“Farm Fatale”, en clara alusión irónica a
femme fatale, es una fantasía distópica en tono de cómic o
stravaganza, en torno a su tema predilecto, la destrucción que hace el hombre de su medio ambiente, lo cual terminará por aniquilar el planeta. Sobre un fondo blanco vemos a cinco espantapájaros que conviven en una granja en un futuro postapocalíptico sin nada que hacer, porque ya no hay aves que ahuyentar ni insectos ni flores. Son como remedos de hombres o zombies amables resistiendo, monigotes de movimientos desarticulados y voces distorsionadas acústicamente que suelen matar el tiempo cantando o programando la emisora radial que operan para que no escuche nadie. Ese retrato feroz de un mundo devastado y sin esperanza en más de algo recuerda el absurdo existencial del “Godot” de Beckett, pero en una variante ridícula tachonada de notas de un humor estrafalariamente cruel o grotesco.
Hablado en inglés más frases en francés y alemán (con sobretítulos en castellano), funciona como un cuento infantil para adultos a partir de una estupenda idea. Con su seductor diseño visual y soberbiamente ejecutado por sus cinco intérpretes, busca hacer conciencia sobre la grave crisis del ecosistema global, cosa urgente sobre todo tras la inútil cumbre de Madrid. Se destina quizás a una platea más bien juvenil, ya que su lenguaje es demasiado
dark y excéntrico para ser valorado por chicos y demasiado inofensivo para revelar algo nuevo al receptor adulto.
Con todo, su dramaturgia adolece notorios problemas. Dividida en episodios, tiene claramente tres partes dispares en
tempo y estilo. La presentación —larga, muy lenta y becketiana— induce al tedio; en ella no pasa casi nada. La sección intermedia, la de la radio, resalta en interés; la entrevista a la abeja sobreviviente resulta graciosa y tierna. En el tramo final sabemos que estas criaturas no están tan solas en el orbe como creíamos; por lo demás, desarrollan un intrigante experimento con huevos que parece un giro forzadamente esperanzador.
Termina de repente, sin resolución, y aunque ellos sin duda se lucen como cantantes y músicos, al todo le sobra más de una canción. Se anunciaba una duración de 90 minutos y si bien la función de estreno se tomó solo 80, igual se sintió bastante estirada.
Matucana 100. Hasta hoy. 19:00 horas.